Situado en los
márgenes del México decimonónico, para unos decadentista y poeta maldito, para
otros romántico y cursi, o como algunos más opinan: ninguna de las anteriores,
el nombre de Antonio Plaza Llamas (1830-1882) ha permanecido durante más de un
siglo como un constante eco al interior de la poesía mexicana.
Defendidos
por numerosos literatos entre los que se encontramos a Juan de Dios Peza,
Vicente Riva Palacio, Manuel Payno, José Luis Martínez, Carlos Monsiváis, José
Emilio Pacheco y Óscar de la Borbolla, los versos de este poeta han sufrido
también los duros embates de prohombres de nuestras letras como Francisco
Pimentel, Manuel Puga y Acal y Ramón López Velarde.
Estas
líneas (un tanto subjetivas habrá que admitir) buscan que el lector se remita a
la fuente primaria y emita su propio juicio. Lo indudable es que, es ante
el pueblo y después ante la academia donde un poeta debe combatir. Así lo
entendió el autor cuya vida y obra trataremos escuetamente.