Son las 5:30 de la tarde, mis
trascendentales labores de IBM me agobian, eso, caminar con un sol abrumador
por la colonia Centro, el horario que continua robándome valiosos minutos de
sueño, las señoras regordetas que se me atraviesan como queriendo venderme una
caja de antitranspirantes (o más bien, yo queriendo comprárselas... obsequiárselas)
y una tarea a todas luces inútil, que me distrajo de mi labor como fotocopiador
oficial de la Secretaría de Cultura, hacen que el tedio de la media tarde
capitalina sea un poco más insoportable de lo que regularmente es.
Aun con todo lo
anterior, disfruto cada uno de mis pasos. Atravieso por República de Chile,
doblo en Cinco de Mayo hacía la torre poniente de la Catedral, y como diría
Juan Manuel Barrientos, abstraigo la mierda que ocupa la parte baja del Centro:
anuncios luminosos, ambulantes, gritos, orines, suciedad, y todos los
pintorescos cuadros que Marcelo trata de erradicar del Centro, argumentando que
los ambulantes se cansarán primero. Yo pienso lo contrario.