sábado, 3 de agosto de 2013

La "Megabiblioteca" y sus megaproblemas

Un libro abierto es un cerebro que habla;
cerrado, un amigo que espera;
olvidado, un alma que perdona;
destruido, un corazón que llora.

Proverbio hindú.

Tres experiencias aparentemente inconexas las unas con las otras me orillaron a escribir estas líneas en defensa, de una vez lo admito, de la Biblioteca Vasconcelos, recinto que desde su planeación está sujeto a los avatares de la prensa y la política (muchas veces entendida la primera como herramienta para  criticar a un particular caso de la segunda): la primera de ellas fue el encontrarme hace unos días con una querida familiar que me preguntó, con toda la franqueza y razón del mundo: ¿por qué lees?; la segunda se debió a una visita que realicé a dicho recinto por motivos laborales; y la tercera, que inmediatamente me puso a escribir, fue el releer el epígrafe del que ahora me sirvo y que precisamente obtuve en el portal de Facebook de la Biblioteca Vasconcelos.


Fuente: Ciudadanos en red


Respondiendo a la primera pregunta, sencillamente contesto que leo para encontrarme con otras vidas, otras emociones y pensamientos impresos con los que puedo estar o no de acuerdo. Haciendo un poco de memoria me remonto a la época en la que trabajaba como mesero en un salón de eventos sociales que ni siquiera merece nombrarse, pero fue allí cuando me decidí, entre humo de cigarro, Caballo Dorado e insistentes brindis del padre de la quinceañera, a en serio dedicarle tiempo a la lectura y hacer algo productivo en los días libres que tenía. Al día siguiente (sábado), ya con la resolución de entrarle si no de lleno, sí con cuidadito a la literatura, me embarqué hacía donde silba (ba) el tren, donde alguna vez Don Porfirio partiera rumbo al Ypiranga y al exilio: la estación de ferrocarriles de Buenavista. Sitio por el que ahora transitan –de acuerdo a datos proporcionados por Ferrocarriles Suburbanos- 150 mil pasajeros al día, ahora bien, ¿cuántos de esos pasajeros han entrado o tienen alguna idea sobre aquella mole grisácea que se yergue junto a la terminal? 10 o 15 minutos más podrían ser suficientes para que aquellas personas, que se mantienen desocupadas, oyendo música o simplemente pensando en la inmortalidad del crustáceo entre su trabajo y su hogar, tramitasen su credencial de usuarios y eligieran algún ejemplar que pudiera llamar su atención.
Yo estrené mi registro con Miedo y Asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson y me volví visitante semirecurrente de la biblioteca. La mayoría de las veces voy de entrada por salida, otras tantas asisto a los talleres impartidos, donde he conocido personas con gustos, capacidades y objetivos similares a los míos y en varias ocasiones he mantenido charlas deliciosas sobre temas diversos (recuerdo especialmente una sobre chamanismo, aunque, en aquella ocasión la compañía era mucho mejor que la charla).
Mencionar que nunca faltan aquellos momentos en los que detengo el tiempo sólo para observar el magnánimo paisaje que, entre volcanes, catedrales y rascacielos, engalana los miradores de la biblioteca. Una búsqueda rápida en internet ubica a la Vasconcelos en cualquier cantidad de conteos, galerías y artículos relativos a las más bellas bibliotecas públicas del mundo, por ejemplo: en Flavorwire, Pinterest o el portal electrónico de El País, de Uruguay.

Paisaje desde el mirador oriente de la Biblioteca Vasconcelos

Un elefante blanco...

Para empezar con las críticas vertidas hacia la Vasconcelos, se dijo –y con razón- que el régimen foxista quisiera redimir su abandono total a la cultura con la edificación de la llamada “Megabiblioteca”; tan sólo pasaron unos meses luego de su inauguración para que cerrara sus puertas por tiempo indefinido debido a fallas en su diseño, ya reabierta, siguió presentando detalles estructurales de llamar la atención: como el hecho de que las auditorías realizadas al recinto indicasen que es ligeramente insegura en cuanto a sismos, ya que los estantes no soportarían desplazamientos laterales a pesar de sus soportes en el concreto. Actualmente, áreas como el jardín botánico estilo Xilitla continúan con acceso restringido. Aunado a esto, las criticas abundan respecto al uso de la biblioteca, al grado de que la llaman: “Megaciber”, ya que las cifras indican que del millón 714 mil 228 visitas que recibió en el 2012, más de 735 mil fueron de usuarios de Internet…o de sujetos que van a tomar la siesta en sus salas de lectura.
Quizás la crítica más común, “maldición gitana”, le llama el actual director del recinto, Daniel Goldin, es la de las goteras, vidrios rotos, estantes y libros dañados por la filtración del agua en la azotea y el nivel superior de la biblioteca. Y sí, llevamos tres años o más de ver fotografías de cubetas y bandejas en cada uno de los reportajes publicados en prensa, aquí algunos relativamente recientes: de Excélsior y La Jornada.
Concuerdo y no con las críticas. Sí, había otras formas de incentivar la lectura en la población metropolitana que construir proyectos faraónicos. Y ultimadamente, sí, fue un gasto exagerado y necesario sólo para los bolsillos de algunos, pero concuerdo con las diversas voces que piden rescatar el inmueble y convertirlo en pieza clave para la bibliotecología mexicana, al transformarlo en sede de seminarios, posgrados y laboratorios de investigación en áreas afines, para lo cual habría que invertir el dinero que las autoridades federales gastan en cosas mucho menos importantes. Incluso darle usos culturales y recreativos como bien se ha venido haciendo: al impartir clases de baile o de música, talleres de escritura, conciertos o adaptar el auditorio como sede alterna de la Cineteca Nacional, entre otras.

Fuente: @AleeLozaa

Para finalizar

En lo que a mí concierne, me gusta mucho la Vasconcelos, el personal y los usuarios son siempre muy amables, y disfruto recorrer sus pasillos con todo y los “toques” que castigan al arrastre de mis tenis contra sus estructuras metálicas, y la acrofobia que me produjo hace ya un buen tiempo Piedra de sol, ubicado en el penúltimo piso y a la mera orillita del estante. Considero que en un país como el nuestro, en el que los libros, como bien apunta Guillermo Sheridan, no gustan “ni siquiera en calidad de cosa, ni para no leerlos ni para nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se rompió una pata”, el contar con recintos, llenos de cualquier cantidad de críticas justificables, pero finalmente cerca de un gran número de posibles usuarios es ya por sí mismo importante.
El reto es hacer que el público se convierta en público lector, una tarea que por supuesto inicia en los hogares pero que puede fácilmente potenciarse y tal vez arraigarse al contemplar, con los ojos y la fascinación de un niño, la magnanimidad de una Biblioteca Vasconcelos (en Buenavista o en la Ciudadela), en el Palacio de Minería, Ciudad Universitaria... Y, ¿por qué no? En una simple banca o vagón del Metro, cobijados claro está, por algún buen libro.

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