Un libro abierto es un cerebro que habla;
cerrado, un amigo que espera;
olvidado, un alma que perdona;
destruido, un corazón que llora.
Proverbio
hindú.
Tres experiencias aparentemente inconexas las unas con las otras me orillaron a escribir estas líneas en defensa, de una vez lo admito, de la Biblioteca Vasconcelos, recinto que desde su planeación está sujeto a los avatares de la prensa y la política (muchas veces entendida la primera como herramienta para criticar a un particular caso de la segunda): la primera de ellas fue el encontrarme hace unos días con una querida familiar que me preguntó, con toda la franqueza y razón del mundo: ¿por qué lees?; la segunda se debió a una visita que realicé a dicho recinto por motivos laborales; y la tercera, que inmediatamente me puso a escribir, fue el releer el epígrafe del que ahora me sirvo y que precisamente obtuve en el portal de Facebook de la Biblioteca Vasconcelos.
Respondiendo
a la primera pregunta, sencillamente contesto que leo para encontrarme con
otras vidas, otras emociones y pensamientos impresos con los que puedo estar o
no de acuerdo. Haciendo un poco de memoria me remonto a la época en la que
trabajaba como mesero en un salón de eventos sociales que ni siquiera merece
nombrarse, pero fue allí cuando me decidí, entre humo de cigarro, Caballo Dorado e insistentes brindis del
padre de la quinceañera, a en serio dedicarle tiempo a la lectura y hacer algo
productivo en los días libres que tenía. Al día siguiente (sábado), ya con la
resolución de entrarle si no de lleno, sí con cuidadito a la literatura, me
embarqué hacía donde silba (ba) el tren, donde alguna vez Don Porfirio partiera
rumbo al Ypiranga y al exilio: la estación de ferrocarriles de Buenavista.
Sitio por el que ahora transitan –de acuerdo a datos proporcionados por
Ferrocarriles Suburbanos- 150 mil pasajeros al día, ahora bien, ¿cuántos de
esos pasajeros han entrado o tienen alguna idea sobre aquella mole grisácea que
se yergue junto a la terminal? 10 o 15 minutos más podrían ser suficientes para
que aquellas personas, que se mantienen desocupadas, oyendo música o
simplemente pensando en la inmortalidad del crustáceo entre su trabajo y su
hogar, tramitasen su credencial de usuarios y eligieran algún ejemplar que
pudiera llamar su atención.
Yo
estrené mi registro con Miedo y Asco en
Las Vegas, de Hunter S. Thompson y me volví visitante semirecurrente de la
biblioteca. La mayoría de las veces voy de entrada por salida, otras tantas
asisto a los talleres impartidos, donde he conocido personas con gustos,
capacidades y objetivos similares a los míos y en varias ocasiones he mantenido
charlas deliciosas sobre temas diversos (recuerdo especialmente una sobre
chamanismo, aunque, en aquella ocasión la compañía era mucho mejor que la
charla).
Mencionar
que nunca faltan aquellos momentos en los que detengo el tiempo sólo para
observar el magnánimo paisaje que, entre volcanes, catedrales y rascacielos,
engalana los miradores de la biblioteca. Una búsqueda rápida en internet ubica
a la Vasconcelos en cualquier cantidad de conteos, galerías y artículos
relativos a las más bellas bibliotecas públicas del mundo, por ejemplo: en
Flavorwire, Pinterest o el portal electrónico de El País, de Uruguay.
Paisaje desde el mirador oriente de la Biblioteca Vasconcelos
Un elefante blanco...
Para empezar con
las críticas vertidas hacia la Vasconcelos, se dijo –y con razón- que el
régimen foxista quisiera redimir su abandono total a la cultura con la
edificación de la llamada “Megabiblioteca”; tan sólo pasaron unos meses luego
de su inauguración para que cerrara sus puertas por tiempo indefinido debido a
fallas en su diseño, ya reabierta, siguió presentando detalles estructurales de
llamar la atención: como el hecho de que las auditorías realizadas al recinto
indicasen que es ligeramente insegura en cuanto a sismos, ya que los estantes
no soportarían desplazamientos laterales a pesar de sus soportes en el
concreto. Actualmente, áreas como el jardín botánico estilo Xilitla continúan
con acceso restringido. Aunado a esto, las criticas abundan respecto al uso de
la biblioteca, al grado de que la llaman: “Megaciber”, ya que las cifras
indican que del millón 714 mil 228 visitas que recibió en el 2012, más de 735
mil fueron de usuarios de Internet…o de sujetos que van a tomar la siesta en
sus salas de lectura.
Quizás
la crítica más común, “maldición gitana”, le llama el actual director del
recinto, Daniel Goldin, es la de las goteras, vidrios rotos, estantes y libros
dañados por la filtración del agua en la azotea y el nivel superior de la
biblioteca. Y sí, llevamos tres años o más de ver fotografías de cubetas y
bandejas en cada uno de los reportajes publicados en prensa, aquí algunos
relativamente recientes: de Excélsior y La Jornada.
Concuerdo
y no con las críticas. Sí, había otras formas de incentivar la lectura en la
población metropolitana que construir proyectos faraónicos. Y ultimadamente,
sí, fue un gasto exagerado y necesario sólo para los bolsillos de algunos, pero
concuerdo con las diversas voces que piden rescatar el inmueble y convertirlo
en pieza clave para la bibliotecología mexicana, al transformarlo en sede de
seminarios, posgrados y laboratorios de investigación en áreas afines, para lo
cual habría que invertir el dinero que las autoridades federales gastan en
cosas mucho menos importantes. Incluso darle usos culturales y recreativos como
bien se ha venido haciendo: al impartir clases de baile o de música, talleres
de escritura, conciertos o adaptar el auditorio como sede alterna de la Cineteca
Nacional, entre otras.
Fuente: @AleeLozaa
Para finalizar
En lo que a mí
concierne, me gusta mucho la Vasconcelos, el personal y los usuarios son
siempre muy amables, y disfruto recorrer sus pasillos con todo y los “toques”
que castigan al arrastre de mis tenis contra sus estructuras metálicas, y la
acrofobia que me produjo hace ya un buen tiempo Piedra de sol, ubicado en el penúltimo piso y a la mera orillita
del estante. Considero que en un país como el nuestro, en el que los libros,
como bien apunta Guillermo Sheridan, no gustan “ni siquiera en calidad de cosa,
ni para no leerlos ni para nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se
rompió una pata”, el contar con recintos, llenos de cualquier cantidad de
críticas justificables, pero finalmente cerca de un gran número de posibles
usuarios es ya por sí mismo importante.
El
reto es hacer que el público se convierta en público lector, una tarea que por
supuesto inicia en los hogares pero que puede fácilmente potenciarse y tal vez
arraigarse al contemplar, con los ojos y la fascinación de un niño, la
magnanimidad de una Biblioteca Vasconcelos (en Buenavista o en la Ciudadela),
en el Palacio de Minería, Ciudad Universitaria... Y, ¿por qué no? En una simple
banca o vagón del Metro, cobijados claro está, por algún buen libro.
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