domingo, 10 de febrero de 2013

Próspero, también conocido como Ignacio Manuel Altamirano


En indio ser mi vanidad se funda,
porque el indio socorre en su miseria
a los vasallos de Isabel segunda.
Ignacio Ramírez

Un día trece nació y murió Ignacio Manuel Altamirano, noviembre de 1834 en Tixtla, Estado de México (hoy Guerrero), y febrero de 1893 en San Remo, Italia. Me ocupo ahora de él (volviendo gustoso a posponer el artículo sobre novela negra) pues su vida nos demuestra que no existen impedimentos para el talento una vez que este se encuentra. Ministro de la Suprema Corte, Diputado en numerosas ocasiones, Coronel, diplomático, novelista, poeta, maestro. Todo lo presenció durante una vida que, de no haber sido por una serie de acontecimientos muy afortunados para él, pudo haber pasado desapercibido para la historia de nuestro país.


Ignacio M. Altamirano, fotografía tomada del INEHRM

Un descubrimiento fortuito

Ignacio Homobono Serapio Altamirano Basilio nació en Tixtla, patria chica de Vicente Guerrero, hijo de Francisco Altamirano y Juana Gertrudis Basilio. En 1881, siendo Diputado, declaró: “Yo no me enorgullezco de ser indio ni me siento humillado por ello, porque nadie tiene la discreción de nacer en tal o cual raza de las que constituyen el género humano.”
La suerte comenzó a obrar en su favor desde su juventud, pues su padre fue electo alcalde indígena de su comunidad, lo cual le permitió inscribir a su hijo (no muy hábil en los oficios de herrero y carpintero) en la escuela de los niños de razón, es decir, apunta Ana María Cárabe: aprendió a leer, escribir y a realizar operaciones matemáticas básicas. Al indígena tan solo le era enseñado a leer y a rezar el catecismo de Jerónimo Martínez de Ripalda (si es que se le enseñaba algo). En aquel entonces Ignacio sólo hablaba náhuatl, ingresó a la escuela de primeras letras a los 12 años (edad en la que un niño abandona la escuela primara hoy día).
Sin saberlo, a la par que aprendía el idioma castellano y se educaba para en el mejor de los casos ser comerciante o ejercer un oficio en su tierra, varios factores se combinaban en su favor. En 1847 Francisco M. de Olaguíbel fue electo gobernador del Estado de México (que entonces tenía salidas tanto al océano pacífico como al Golfo de México), además de fortificar el territorio ante la inminente invasión norteamericana, Olaguíbel y sus subalternos (Ramírez, Prieto, Valle, Iglesias, entre otros) prestaron atención a problemas como la abolición de las alcabalas, la prohibición de las corridas de toros, y sin demeritar estas y otras medidas: al rezago educativo.

Uno de los objetos más preciosos que nunca deben perder de vista los gobiernos constituidos, conforme á principios libres y de progreso, es el de la enseñanza pública en todos sus ramos |...| Por circunstancias angustiadas en que se halla el erario del Estado, no se pueden distraer los fondos con prejuicio de los deberes sagrados y de primer órden |...| sin embargo, como la mayor parte de los superiores y catedráticos del establecimiento que se va á erigir, lo serán por esta vez renunciando a todo sueldo y emolumento.

Se reinauguró el Instituto Científico y Literario, fundado por José Ma. Luis Mora en Tlalpan durante 1833, y trasladado por Lorenzo de Zavala a Toluca una vez que esta ciudad se convirtió en la capital del estado. La dirección recayó en Felipe Sánchez Solís a petición de su amigo Ignacio Ramírez, quien impartía las cátedras de literatura y jurisprudencia, y quien también creó las llamadas “colegiaturas de gracia” para estudiantes indígenas en todos los distritos del territorio mexiquense.

Instituto Científico y Literario de Toluca, actual UAEM

“Cada ayuntamiento nombrará un niño, natural del Estado, pobre, sano, que tenga concluida su educación primaria, y en ella haya manifestado buena conducta, aplicación y habilidad.” En Tixtla, el beneficiado fue Altamirano, de 14 años entonces, quien comenzó a recibir el apadrinamiento de dos personas, a quienes guardó profundo agradecimiento durante toda su vida: Juan Álvarez, caudillo del sur, e Ignacio Ramírez; el primero costeó en cuanto pudo sus estudios, y el segundo lo instruyó en los principios liberales y progresistas que defendería hasta su muerte. Padre e hijo tardaron tres días en llegar a Toluca montados en dos caballos de tropa prestados por el capitán Ignacio Campos.

Comprendí que aquel cambio en mi vida era un gran bien |...| Aquella ley no sólo me había favorecido a mí, sino a también a otros muchos jóvenes indígenas |...| Pobrísimos como yo, y como yo condenados seguramente, si tal disposición no hubiese venido a salvarnos, a arrastrar una vida de ignorancia y de miseria.

Estuvo a punto de ser expulsado por unos versos obscenos que le fueron atribuidos erróneamente; comenzó también a ganarse la enemistad de los conservadores al publicar el folletín llamado Los Papachos junto a Juan A. Mateos, quien junto con su hermano Manuel, Joaquín Alcalde, Gumersindo Mendoza y Juan Díaz Covarrubias eran alumnos del Nigromante (quien se casó con Soledad Mateos, hermana de Juan y Manuel); Altamirano perdió su beca cuando Tixtla dejó de formar parte del estado en 1849, sin embargo, el mecenazgo de Álvarez y el trabajo que encontró en Toluca como bibliotecario y posteriormente como maestro de francés, le ayudaron a solventar sus gastos. Para 1852, cuando causó baja del instituto, debía 567 pesos (el jornal de la época era menor a 38 centavos).

Pruebas de fuego

En 1854 ingresa a estudiar jurisprudencia en el Colegio de San Juan de Letrán pero no tarda mucho en sumarse a la Revolución de Ayutla, liderada por su protector, Juan Álvarez, en contra de Santa Anna. Casi un año después, terminado el conflicto, se reinscribe al colegio y asiste como espectador a los debates del Congreso Constituyente de 1857.
La paz no dura mucho, Ignacio Comonfort traiciona al partido liberal y desconoce la carta magna, comenzando así la Guerra de Reforma. Altamirano le dedica entonces las siguientes líneas:
Doquier desolación, doquier gemidos,
doquier encadenadas nuestras manos,
en la ciudad reinando los tiranos,
en el campo reinando los bandidos.
|...|
¿Lo ves traidor?, todo esto es obra tuya,
cual huracán horrible has desatado.
¿No hay una bala para ti, malvado?
¿No hay un rayo de Dios que te destruya?
|...|
¡Oh! Tiembla Comonfort...escucha el grito
que dominaba el fragor de la matanza
un grito atroz, inmenso, de venganza,
¡dios te condene, apóstata maldito!

Y a pesar de que 1859 fue un año de alegrías personales al casarse con la también tixtleca Margarita Pérez Gavilán, estas fueron las menos frente a la cruenta guerra intestina entre liberales y conservadores, en abril de aquel año, una tragedia lo tocaría especialmente a él, pues luego de terminada la batalla de Tacubaya, entre las fuerzas conservadoras de Leonardo Márquez (desde entonces llamado “El Tigre de Tacubaya”) y liberales de Santos Degollado, en donde perdió este último), se decidió no dar cuartel a los prisioneros y pasar por las armas a 59 civiles (médicos y voluntarios) que asistieron a los heridos, entre ellos se encontraban Juan Díaz Covarrubias y Manuel Mateos.
Altamirano fue a recoger ambos cuerpos y escribió:

Mezclados entre la muchedumbre, pudimos buscar a nuestros amigos que apenas podían reconocerse, despedazados como estaban por las balas. Mateos tenía desecho el cráneo y saltado el ojo derecho; Díaz Covarrubias destrozado también el cráneo y hecha trizas una mano |...| Junto a esos cadáveres los soldados bebían y fumaban indiferentes, y las asquerosas soldaderas, avezadas a esos espectáculos, reían y retozaban como una banda de arpías.

Leonardo Márquez, "El Tigre de Tacubaya" 

Regresa a Tixtla para combatir a favor de los constitucionalistas y funda El Eco de la Reforma. A la victoria liberal es electo diputado por el distrito de Chilapa y utiliza su curul para reprocharle al ejecutivo su tibieza, se opone a la amnistía para los militares conservadores y para 1862 encabeza a 51 diputados que piden la renuncia de Juárez.

"Altamirano con su esposa, Margarita Pérez, y sus hijos adoptivos Aurelio y Palma Guillén", fotografía y texto tomados del INEHRM

En 1865, Ignacio Ramírez le escribe desde su exilio forzado en Hermosillo:

Querido Próspero [Seudónimo periodístico de Altamirano]:
Este regreso a la nacionalidad es un consuelo; volveremos por el caño ya que no podemos entrar por las puertas |...| En mi desaliento, hago más caso de las descripciones de usted que de sus esperanzas; lo sigo entusiasmado cuando me pinta las sonrisas y los enojos del mar |...| Sígame usted comunicando sus interesantes noticias, y se las cambiaré por las mías; también las de Fidel [Prieto] que, como siempre, es muy divertido cuando me escribe. Hace tiempo que no lo hace, sin duda no lo dejan los inmaculados. Éstos son unos bichos de cuyas travesuras Dios libre a usted y a su afectísimo amigo.-El Nigromante.

Durante la Intervención Francesa vuelve al sur y resguarda su familia en La Providencia, hacienda propiedad de Juan Álvarez, luego de algunos problemas con Diego Álvarez, gobernador e hijo del caudillo, respecto a su pasividad ante el invasor, Altamirano reúne a 400 tixtlecos y, con el rango de coronel auxiliar, sostiene numeroso encuentros contra las tropas imperialistas; luego de tomar Tlalpan se integra a fuerzas del general Vicente Riva Palacio y sigue sus órdenes hasta el sitio de Querétaro, en donde Altamirano trata brevemente al derrotado emperador Maximiliano.

Sentados: Vicente Riva Palacio, Ramón Corona e Ignacio Manuel Altamirano, fuente INEHRM

“Cesó la lucha, volvieron a encontrarse en el hogar los antiguos amigos”

Como apunta Nicole Giron, en 1867 el recuento de los daños era desalentador: el país y su economía en ruinas, salteadores de caminos resultado de la extinción de las fuerzas militares (temática abordada en El Zarco) y muchísimos muertos, entre ellos amigos cercanos de Altamirano “otrora prometidos a una exitosa carrera literaria: Florencio M. del Castillo, Juan Díaz Covarrubias, Manuel Mateos, Marcos Arroníz y Miguel Cruz Aedo.”
En aquel año fundó El Correo de México para oponerse a la reelección de Juárez y mostrarse partidario de Porfirio Díaz, entonces considerado héroe. Lo acompañaron entonces Ramírez, Prieto, Antonio García Pérez, Alfredo Chavero, José Tomás de Cuellar y Manuel Peredo. Sin embargo, el periódico termina con la victoria juarista en las urnas. La Orquesta publicó al respecto (18 de diciembre de 1867): “Ha muerto este campeón de la oposición |...| El personal de su redacción era promesa de inteligencia |...| Allí Nacho Altamirano, con la candente precisión de su dialéctica.”
Por su parte, los redactores de El Correo publicaron (14 de diciembre):

Depositamos sobre el altar de la Patria nuestra pluma de periodistas |...| Las banderas envejecen pronto y si el demonio del periodismo vuelve a tentarnos, tenemos la esperanza de que en nuestro horizonte político ya no aparecerán los personajes del día |... | Los pueblos, como las plantas, se alimentan por sus raíces; no importa que el árbol se pode, antes mejora sus frutos, volveremos cuando los nuevos ramos florezcan.

El Correo de México, fuente HNDM

Harto de la política, se retira de los grandes círculos y consagra sus esfuerzos a la restauración educativa y literaria del país, en 1869 funda El Renacimiento, donde reúne a todos los literatos e intelectuales: viejos como Pimentel y Ramírez, jóvenes como Sierra (su discípulo) y Acuña, conservadores como Roa Bárcena y liberales como Prieto y él mismo.
En esta revista, que edita junto con Gonzalo Esteva, publica sus famosas Crónicas de la Semana, crónicas teatrales, traducciones de autores extranjeros (especialmente alemanes), artículos biográficos de personajes como Charles Dickens, Fernando Orozco y Berra, Melesio Morales o Florencio M. del Castillo; es también el sitio en el que publica por entregas la primera novela mexicana moderna: Clemencia. Ubicada en Guadalajara durante la intervención.
Altamirano utilizó a la novela, tal como a la prensa, como medio para educar a los lectores, e hizo dos grandes aportes, apunta León Guillermo Gutiérrez en La novela mexicana de la Independencia a la Revolución: “el primero, hacerla nacional, y el segundo, establecer el arte de escribir novelas con propósitos y conciencia artísticos |...| El motivo serán México y el mexicano”.
Sus historias se nutren del romanticismo tardío que fue desarrollado en nuestro país, los personajes de Clemencia, Antonia, Julia o El Zarco son arquetípicos: mozos imberbes, de ascendencia europea, sin apego a la nación en la que nacieron o simplemente trúhanes como Enrique Flores o el Zarco, quien se dice representa a Salomé Plasencia (líder de los llamados Plateados en Yautepec, Morelos) aliados, siempre con funestos resultados, con bellas pero muy interesadas mujeres como Isabela o Manuela; en contraste, se ofrecen retratos ideales de lo que el mexicano debía ser en la concepción del autor en personajes como Nicolás, Pilar, Clemencia o Fernando Valle.
Para el lector actual podrían sonar a mera ficción sus obras, pero una vez que se conoce el contexto de las mismas, se aprecia un brutal realismo en ellas; Clemencia se desarrolla durante la invasión francesa a Guadalajara, mientras que en El Zarco tenemos en realidad una novela histórica, como la ha calificado Manuel Sol, ya que contiene a personajes que en realidad actuaron como fuerzas beligerantes, por un lado están los bandidos como el Tigre de Yautepec y Salomé Plasencia, y por el otro personajes como Martín Sánchez Chagollán, quien luego de perder a su familia en manos de Los Plateados, reunió a un grupo considerable de hombres y pidió licencia al mismo Presidente Juárez para hacerles frente, adoptando el nombre de Los Justicieros. Los escenarios también son verídicos, tal es el caso de la Hacienda de Xochimancas, guarida de los bandidos y lugar en el que se desarrolla la orgía en la novela.

Versión manuscrita de El Zarco

Ana Ma. Cárabe, en El pensamiento político de Ignacio Manuel Altamirano, y Efrén Ortiz, en Liberalismo y Utopía, coinciden al decir que en toda novela de Altamirano existe un mensaje subyacente a la trama principal: “El patriotismo en Clemencia |...| Y la observancia de la legalidad en El Zarco”. El ánimo conciliador, así como la visión ideal y plena del pensamiento de Altamirano la podemos leer en La Navidad en las montañas:

La historia presenta a un soldado liberal que, de travesía por las montañas, conoce un pequeño pueblo cuyo vicario, en apego a la estructura patriarcal tradicional, contribuye a crear un clima de armonía, respeto y sencillo fervor |...| La organización económica del pueblo está fundada en la participación colectiva, la cooperación, la distribución equitativa de los productos; en cuanto a la administración de orden y justicia, la solución de los conflictos es confiada a la sabia decisión de los ancianos y sancionada a la par por el alcalde (autoridad civil) y el sacerdote (autoridad espiritual).

“En 13 nací, en 13 me casé, en 13 he de morir”

Fue un hombre prolífico en muchos campos, sus escritos abarcan 24 tomos entre crónicas, escritos jurídicos, epistolarios, etcétera; publicó Clemencia en 1869; La Navidad en las montañas en 1871, obra que reescribió y publicó en París hacia 1890; Antonia y Beatriz en 1872 y 1873; dejó inéditas algunas otras como El Zarco e inconclusas otras como Atenea, publicadas en 1901 y 1935.
Durante sus últimos años fundó el periódico La República y publicó para medios como El Federalista, El Siglo XIX, El Monitor Republicano, entre muchos otros. Perteneció a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, misma que presidió de 1881 a 1889, así como al Liceo Hidalgo y al Liceo Mexicano, llamado en su honor Liceo Altamirano desde 1893. Mencionar también que al tiempo que se desempeñaba como Ministro de la Suprema Corte y catedrático de Cronología, Historia General e Historia Patria en la Escuela Nacional Preparatoria, impulsó la carrera literaria y periodística de los entonces jóvenes positivistas, realistas y modernistas, entre ellos: Justo Sierra, Luis G. Urbina, José M. Bustillos, Enrique Fernández Granados, Luis González Obregón (a quien está dedicada El Zarco), Antonio de la Peña, José P. Rivera, Ángel de Campo (Micrós), José Peón del Valle, entre otros.
Para 1889, Porfirio Díaz lo nombra cónsul en España, a donde se presenta minado ya por la diabetes y la disentería que padecía, permuta entonces su cargo diplomático con su viejo colega Manuel Payno, embajador en Francia, y se establece en el Boulevard Saint Germain. Representó a México durante un breve periodo en Suiza e Italia.


En 1892 enferma de tuberculosis y se traslada a la población italiana de San Remo, desde donde escribe a sus hijos adoptivos: Aurelio y Palma Guillén. No tuvo descendencia biológica. Y tal vez su obra inconclusa, Atenea (misma que iba a completar el círculo de los Idilios y elegías: memorias de un imbécil), refleja el sentir del autor y la percepción que tenía del país en que sabía moriría, el personaje del texto escribe en su diario:

¡Venecia! ¡Venecia es la ruina y el sepulcro! Aquí encuentro los vastos palacios con las apariencias de la vida y que no son más que mausoleos; en ellos puedo meditar y agonizar, reclinando mi frente enferma en cualquiera de esas ojivas de mármol en las que parece reinar el genio del silencio y de la muerte. 

Murió el 13 de febrero de 1893, su cuerpo fue cremado y trasladado vía Nueva York y Veracruz hasta la Ciudad de México, fue sepultado primeramente en La Piedad hasta que en el centenario de su natalicio, 13 de noviembre de 1934, fue trasladado a la Rotonda de las Personas Ilustres.


Algunas recomendaciones

Afortunadamente, la obra de Altamirano es una de las más leídas y apreciadas de entre todos los literatos decimonónicos de nuestro país, es muy fácil encontrar ediciones buenas, bonitas y baratas de novelas como Clemencia o de los Cuentos de Invierno. Además, los 24 tomos de las Obras Completas de Altamirano fueron recientemente reeditados por Conaculta.
El Zarco también se puede adquirir fácilmente (inclusive en versión manuscrita editada por la UNAM), pero antes de que lo hagan les recomiendo mucho el artículo “Los Plateados en Morelos: un ejemplo delbandolerismo en México durante el siglo XIX” de Carlos A. Barreto; así como el documental “Bandidos legendarios de México” (de cuando History Channel hace bien las cosas) mismo que pueden encontrar en este link, les diría el minuto en el que hablan de Los Plateados pero mejor véanlo todo.
Respecto a La Navidad en las montañas, les dejo este otro enlace al micrositio creado hace algunos años por el INEHRM para conmemorar la publicación de la obra en París. Además de encontrar algunos artículos de interés, pueden descargar la novela completa para su deleite. Del mismo instituto es el artículo “Indio de fealdad hermosa”, el cual ofrece un marco general del personaje así como documentos y fotografías de mucha utilidad.
Tal como lo hice con Prieto, el comercial de la serie Viajes al Siglo XIX, de la UNAM, la FPLM y el FCE, también aplica en Altamirano, en este caso con el volumen titulado Para leer a la patria diamantina. Antología que reúne lo más selecto de su producción poética, periodística, política, etcétera. Otro texto muy recomendable pero un poco más especializado es El pensamiento político de Ignacio M. Altamirano, escrito por la Dra. Ana María Cárabe y recientemente publicado por Fontarama.

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