Indudablemente nos faltan los tamaños exigibles para
escribir, como él lo merece,
acerca del ilustre Romancero |...| Su nombre ha llenado el país.
Su cariño desborda en todos los corazones.
Enrique de Olavarría y Ferrari
Tienen los lectores la idea de mi vida; pero les
ruego no olviden tres frases: mi adoración por la señora mi madre y mis horas
de lágrimas y miseria a su lado; mis paseos en barrios y calzadas, delirando,
hablando solo, lanzándome a un mundo imaginario lleno de tierna poesía
|...| Por último mi amor inmenso a los pobres,
porque mis bienhechoras eran costureras, porque mi nana me buscaba con afán
solícito para llevarme dulces y bizcochos |...| era yo objeto de tiernas
atenciones y les pagaba en alegría, en versos, y expansiones todo lo que
recibía de ellas
en ternura y cariño.
Guillermo Prieto
Interrumpo el
espacio dedicado a la novela policíaca para rendir un breve y humilde tributo a
la figura de Guillermo Prieto Pradillo (10 de febrero de 1818-2 de marzo de 1897)
pero, aquí la principal interrogante, ¿cómo abordar, tal vez para un primer
lector, la figura del poeta más querido de México, la del periodista, el
diputado del Constituyente de 1857, del Ministro de Hacienda en la
administración juarista y, en resumen, del hombre cuyas obras completas abarcan
30 tomos? Aprovecharé las siguientes líneas para esbozar e invitar a la lectura
de uno de los mexicanos más prolíficos del siglo XIX, cuyo natalicio
celebraremos en algunos días y, pese a todo, es aún desconocido para muchas
personas.
José Guillermo
Ramón Antonio Agustín Prieto Pradillo, nació en la actual calle de Mesones, aquí el sitio exacto, “mimado de mis padres, acariciado de mis primos”, pero su
familia se trasladó al Molino del Rey, lugar en el que su padre se desempeñaba
como administrador. Recibe durante su niñez una educación esmerada, dando
cuenta de todo ello en Memorias de mis
tiempos:
Mi
hermano, mis primos y competente número de criados, partíamos mañana a mañana a
caballo del molino a México, a la escuela famosa de mi venerable maestro el
señor don Manuel Calderón |...| Aquellas expediciones diarias nos hicieron
jinetes consumados, saltábamos zanjas, dábamos cola a los caballos y corríamos
atropellando transeúntes, desesperando a los criados y llevando a menudo sendos
costalazos.
Ya
desde sus primeros años es testigo y cronista de acontecimientos de los más
variados: desde la confesión que le hace a un sacerdote respecto al robo que él
y su prima Lolita hicieron de unos quesos obsequios de su padre, hasta el
episodio trágico del ataque de una loba en el bosque de Chapultepec o la
rendición de Isidro Barradas en 1829, cuando en un intento de reconquista
española, su tropa fue vencida por Santa Anna.
Los
desaires llegan pronto y su padre muere a los 33 años, acto seguido su madre
pierde la razón, y por si fuera poco, el llamado motín de La Acordada llevó a
la ruina el negocio fundado por su abuelo en el Parían (mercado ubicado en el
actual Zócalo). Queda entonces al cuidado de dos costureras relacionadas a la
familia, sin embargo, “había salido de
la escuela sin saber hacer nada a derechas |...| mi carácter y mi físico se prestaban
poco.”
Aunado
a esto, el niño comenzó a ganarse la fama de sólo servir para hacer versos, “en
las iglesias, en las pulquerías, en donde quiera que pescaba un verso lo
aprendía de memoria”. El descubrimiento sobrevino cuando no pudiendo recordar
uno, lo reconstruyó por sí mismo: “¡Ea!... Ya tenían fórmula mis vagas
tristezas, mis reminiscencias dolorosas, nacía al verso |...| El rumor fue
canto, el eco armonía, la claridad dudosa luz matutina.”
Días
después, resuelto a emplearse en algo productivo, acude al despacho de Andrés
Quintana Roo, entonces ministro de Justicia de Santa Anna:
-¿Cuántos
años tienes?
-Quince
voy a cumplir.
-¿Y
tú qué sabes hacer?
-¿Qué
sé hacer?... sé hacer sonetos... y eso sí en menos de un decir Jesús.
Soltó
la carcajada el señor Quintana
[Luego
de que Prieto improvisase un verso para probarlo, le dijo:]
-Es
necesario que algo sepas por ahora; y para que socorras a tu señora madre
ocupándote, te daré una carta para el señor Castaños, administrador de la
Aduana; otra te daré para el señor Iturralde, rector de San Juan de Letrán para
que algo te enseñen. Yo te daré algunos libros, todos mis libros... porque eres
mi hijo...
Así,
entre subsecuentes encuentros fortuitos, Prieto se inserta en la vida del
México independiente de maneras que bien podrían leerse en una novela de corte
histórico, no culparía a quien le pareciese inverosímil saber que en 1840 el
joven de 22 años se valió de su cercanía al Presidente Anastasio Bustamante
para pedirle prestado el carruaje presidencial y visitar la casa de su futura
esposa, María; o que en 1847, con el ejército estadounidense invadiendo la
capital, Prieto (liberal de convicciones firmes) y su familia se vieran forzados a pedir asilo en la casa de Lucas Alamán, líder del partido conservador.
Aquí,
sólo porque no le encontré espacio en ningún otro subtema, y no queriendo
dejarlo fuera, reproduzco un fragmento del poema Ensueños:
Eco sin voz que conduce
el huracán que se aleja,
ola que vaga refleja
a la estrella que reluce;
recuerdo que me seduce
con engaños de alegría;
amorosa melodía
vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?
Retrato a lápiz de Prieto hecho por Ignacio Ramírez,
cortesía de Emilio Arellano
Entre guerras
Guillermo Prieto
se desempeñó como Ministro de Hacienda para los gobiernos de Mariano Arista,
Juan Álvarez y Benito Juárez. Sobre esta labor, dice Leonor Ludlow, “fueron
pocos los éxitos de su administración” ya que en las tres ocasiones en las que
estuvo en el cargo, tuvo que lidiar con el déficit, con la deuda externa y las
continuas crisis políticas como los golpes de estado en contra de Arista, la
Revolución de Ayutla y la guerra de Reforma. Cabe destacar que Prieto entró y
salió pobre de todos sus cargos públicos, a pesar de que “por sus manos pasaron
cerca de 300 millones de pesos de la desamortización”, publicó El Monitor. Testimonio de ello es la
casona en Tacubaya que nunca terminó de construir.
Sus
participaciones en estos conflictos armados no se limitaron a la burocracia,
pues durante la intervención norteamericana y el alzamiento de Ayutla puso al
servicio de su país sus dotes como hábil jinete al fungir como correo. Durante
la guerra de Tres Años, el episodio por el que es más recordado es cuando en
1858, estando en Guadalajara, salvó la vida al Presidente Juárez y a muchos
otros personajes claves en nuestra historia al anteponerse al motín en el que
se habían visto envueltos y gritar a la tropa:
¡Levanten
esas armas! ¡Los valientes no asesinan!... y hablé, hablé. Yo no sé qué hablaba
en mí que me ponía alto y poderoso |...| ¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía!
|...| Los soldados lloraban, protestando que no nos matarían, y así se
retiraron como por encanto. Juárez se abrazó de mí… mi corazón estalló en una
tempestad de lágrimas.
Aquel día, escribe
Ángel Trinidad Saldívar (“Los valientes no asesinan”, Milenio, 16 de marzo de 2009), “también hubieran muerto personajes
que fueron claves en acontecimientos futuros, como Matías Romero o León Guzmán,
entre muchos otros.”
De 1858 a 1861 su
participación es activa tanto en el gobierno como en la prensa, publica el decreto
para la desamortización de los bienes eclesiásticos; funda el periódico
satírico El Tío Cualandas, y entre muchos otros aspectos, su poema “Los cangrejos” es tomado por las fuerzas liberales como himno de guerra y las
huestes triunfantes la entonan a la hora de tomar la capital y se encargan de
que sus estrofas sean lo último que escuchen los líderes conservadores pues la
cantan a la hora de pasarlos por las armas.
El 16 de abril de 1862,
dice Paco Ignacio Taibo II, nace La
Chinaca, huérfana de madre pero rebosante de padres, entre ellos: Ramírez,
Prieto, Iglesias, los dos Pedros: Schiafino y Santacilia, Alfredo Chavero,
Joaquín Alcalde y Altamirano. “Periódico escrito única y esclusivamente para el
pueblo” [sic], dedicado a enaltecer el espíritu nacionalista ante la inminente
invasión. Sin utilizar un lenguaje rebuscado y escribiendo para el chinaco
(término con el que se identificaron los republicanos y que proviene de
“chinacate”: vulgo, pobre, desarrapado) aclaraba en las orejas de la plana:
“Avisamos en voz alta/que no hemos de contestar,/que pleito solo
emprendemos/con los de allende el mar,/y que no queremos chismes/con los de la
vecindad.”
El
periódico termina con la llegada de los franceses a la capital y con la
obligada salida de algunos de sus colaboradores al exilio (como Ramírez y
Santacilia), por su parte, Prieto, administrador general de correos, acompañará
a los llamados "inmaculados” y a Juárez en su forzado peregrinaje hacia el
norte de la República. Sin embargo, Prieto continuará publicando en favor de la
causa republicana e intercambiando correspondencia con su familia y amigos,
recojo especialmente las cartas entre El
Nigromante y Fidel, incluidas en
las Obras Completas de ambos y publicadas en su momento por El Semanario Ilustrado de mayo a
noviembre de 1868.
Para
1865 existe ya una patente tensión al interior del partido liberal respecto a
la sucesión presidencial, puesto que el periodo de Juárez terminaba en ese año
y gran parte de los llamados moderados (no se diga los liberales puros) se
oponían a la reelección del Benemérito, quien conservó el poder argumentando la
imposibilidad de convocar elecciones en medio de una guerra de intervención.
Políticos
nacionales y extranjeros defendieron esta postura, entre ellos: Sebastián Lerdo
de Tejada, Pedro Santacilia, Francisco Zarco o el polígrafo argentino Domingo
F. Sarmiento. En contraste, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano (quien desde
1862 pedía la renuncia de Juárez argumentando que “era un obstáculo para la
democracia”), Guillermo Prieto, entre otros, se sumaron a los alegatos de Jesús
González Ortega, quien durante un par de años se asumió como “legítimo
Presidente Constitucional”.
En
este escenario, Prieto y Juárez intercambiaron una muy formal pero aun así ácida
correspondencia durante 1865. Reproduzco algunos fragmentos de las cartas
compiladas por Rosen en Benito Juárez y
Jesús González Ortega: Una polémica histórica, INEHRM, 2009, pp. 56-61:
Carta
de Prieto a Juárez, octubre 1°, Paso del Norte.
Antiguo
y muy amado amigo de mi corazón:
Las
dos últimas veces que te he visto me has hecho sentir tu desagrado hacia mí |...| Faltándome tu agrado, me falta uno
de los más poderosos estímulos de estar cerca de ti y una bien débil recompensa
de ocho años de servicios a mi Patria a tu lado |...| Te ruego |...| En que se
declare que cesan los trabajos de la Administración General de Correos, lo que
es un hecho, esta medida desembarazará a ustedes de mí.
Carta
de Juárez a Prieto, octubre 1°, Paso del Norte.
Mi
estimado Guillermo:
Contesto
a tu carta de hoy diciéndote que no puedo dar la orden |...| Esto equivaldría a
que el mismo gobierno comenzara a destruir la administración pública. Que el
enemigo la destruya, si es más poderoso y tal es el destino de mi Patria, pero
yo no lo he de hacer ni lo puedo permitir mientras pueda |...| Si has faltado o
no a la circunspección en la cuestión de que me hablas, nada puedo decirte
teniendo como tienes un amigo leal y severo que te puede satisfacer, aprobando
o desaprobando tu conducta; ese amigo es tu propia conciencia.
Al
día siguiente, luego de enviarle otra carta al Benemérito diciendo “he apelado
a mi conciencia y ella está no sólo satisfecha sino orgullosa”, sentenció: “Sería
ridículo creer que ha influido en sus avances, [del ejército invasor] que no
trabajen en la administración del papel sellado, ni la lotería, las aduanas,
etc. |...| Para obviar todo inconveniente y cerrar esta correspondencia que
sustrae tu atención, te adjunto mi renuncia, que deseo como único favor que se
me despache de conformidad.”
“No tengo de que arrepentirme”
Haré un breve
recuento de los medios en los que colaboró Guillermo Prieto y de las obras que
publicó, seguramente me faltarán muchas, pero doy cuenta de las que tengo
certeza y ofreceré posteriormente un breve esbozo de cómo adquirir sus obras.
Fidel publica por vez primera un texto de corte religioso
dedicado a su hermano, enfermo de cólera en 1833; en 1834 publica algunos
versos en Obsequio a la Amistad; de
1836 a 1841 colabora en el Diario Oficial
hasta su traslado a El Siglo XIX;
escribe también en El Museo Mexicano,
El Monitor Republicano y Don Simplicio en 1845, este último
fundado junto a Ramírez, Payno y Vicente Segura.
De la intervención norteamericana deja su testimonio (junto a otros liberales)
en Apuntes para la historia de la guerra
entre México y Estados Unidos, 1848; como opositor a Santa Anna se gana un
no oficial exilio a Cadereyta y escribe en 1852 los Viajes de orden suprema.
De
su participación en el congreso podemos consultar el testimonio de Zarco en Historia del Congreso Constituyente de 1857;
durante la reforma publica El Tío
Cualandas; La Chinaca en 1862, y
en 1863 vuelve a la prensa satírica con El
Monarca; durante la República Restaurada vuelve a publicar en la prensa
política hasta que su apego a la candidatura de José María Iglesias le cuesta
un nuevo exilio a Nueva York, escribe en 1878 sus impresiones en Viaje a los
Estados Unidos.
Luego
de volver a México publica compilaciones de sus versos, Viajes de orden suprema (inéditos hasta entonces), en 1884 da a
conocer su Romancero Nacional; dos
años después comienza a redactar sus memorias. Continua colaborando para El Universal hacia el final de sus días.
En 1890 gana el concurso convocado por el diario La República para establecer quién era el poeta más querido de
México, vence a Salvador Díaz Mirón y Juan de Dios Peza en aquella ocasión. Se
le rinde un tributo en la calle de Plateros, hoy Madero.
Colaboró
en infinidad de medios, entre ellos los dos paladines del periodismo combativo
y liberal del siglo: El Monitor
Republicano y El Siglo XIX; sus
versos y prosas también figuraron en la revista literaria más importante de su
centuria, aquella que en 1869 fundara Ignacio Manuel Altamirano para
reconciliar a los escritores sin importar su filiación política y relanzar la
literatura nacional: El Renacimiento.
Veinticinco años después, en 1894 participó en la segunda época del diario, es
de los pocos escritores que vivieron para colaborar en ambas épocas.
Escribió
también obras de teatro como El Alférez
(1840), Alonso de Ávila (1842) o El susto de pinganillas (1843); se le
considera un cronista excepcional por, entre muchas de sus producciones, los San Lunes de Fidel; un cuentista único
por obras como El marqués de Valero y
poeta consumado con piezas como El
romance de la Migajita.
La
frase que nombra a esta penúltima cabeza intermedia la profirió el poeta
durante su agonía en Tacubaya, cuando su familia mandó traer un cura para
proporcionarle confesión, “el maestro no manifestó deseos de conversar sobre
asuntos de conciencia”, y contestó al sacerdote: “En mi vida política he obrado
siempre como un hombre honrado y no tengo de que arrepentirme.”
Recibió
todos los honores por parte del Estado mexicano, diputados como Justo Sierra e
Hilarión Frías y Soto, e intelectuales como Juan A. Mateos y Genaro Raigosa
pronunciaron discursos fúnebres en su honor. Desde el 4 de marzo de 1897
descansa en la Rotonda de las Personas Ilustres.
Para leer al cantor de la musa
callejera
Ya he aludido a
la titánica empresa de Boris Rosen Jélomer (1917-2005) al reunir y ordenar
los 30 volúmenes de las Obras Completas de Prieto, publicadas por Conaculta
entre 1993 y 1996. Son la mejor forma de leerlo directamente y están
disponibles en gran número de bibliotecas. Sin embargo, dada su difícil
adquisición y disponibilidad para uso personal, existen otras maneras de
hacerlo. Otro texto de interesante consulta es la entrevista imaginaria que Rosen le hizo a Prieto con motivo del centenario de su muerte, aquí el link.
La
UNAM publicó las dos ediciones facsimilares de El Renacimiento, la primera época en 1993 y la segunda en 2006.
Esta misma editorial publicó al poeta en numerosos libros de la serie Ida y Vuelta al Siglo XIX, colección que
debería costar mucho más de lo que vale, muy recomendable para el lector
interesado.
Memorias de mis tiempos y Viajes de
orden suprema son muy fáciles de adquirir y están continuamente
reeditándose.
Sin embargo, me permito hacer un comercialote para recomendarles la antología de Guillermo Prieto que me sirvió de base cronológica para este artículo, se titula La Patria como oficio, cuenta con la selección de textos, la cronología y el estudio preliminar de Vicente Quirarte; y los ensayos críticos de Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Castro y Luis Fernando Granados. Fue publicada en 2009 por la UNAM, el Fondo de Cultura Económica y la Fundación para las Letras Mexicanas. Forma parte de la serie Viajes al Siglo XIX.
Sin embargo, me permito hacer un comercialote para recomendarles la antología de Guillermo Prieto que me sirvió de base cronológica para este artículo, se titula La Patria como oficio, cuenta con la selección de textos, la cronología y el estudio preliminar de Vicente Quirarte; y los ensayos críticos de Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Castro y Luis Fernando Granados. Fue publicada en 2009 por la UNAM, el Fondo de Cultura Económica y la Fundación para las Letras Mexicanas. Forma parte de la serie Viajes al Siglo XIX.
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