domingo, 3 de febrero de 2013

El güero Prieto


Indudablemente nos faltan los tamaños exigibles para escribir, como él lo merece,
acerca del ilustre Romancero |...| Su nombre ha llenado el país.
Su cariño desborda en todos los corazones.
Enrique de Olavarría y Ferrari

Tienen los lectores la idea de mi vida; pero les ruego no olviden tres frases: mi adoración por la señora mi madre y mis horas de lágrimas y miseria a su lado; mis paseos en barrios y calzadas, delirando, hablando solo, lanzándome a un mundo imaginario lleno de tierna poesía
|...| Por último mi amor inmenso a los pobres, porque mis bienhechoras eran costureras, porque mi nana me buscaba con afán solícito para llevarme dulces y bizcochos |...| era yo objeto de tiernas atenciones y les pagaba en alegría, en versos, y expansiones todo lo que recibía de ellas
en ternura y cariño.
Guillermo Prieto


Interrumpo el espacio dedicado a la novela policíaca para rendir un breve y humilde tributo a la figura de Guillermo Prieto Pradillo (10 de febrero de 1818-2 de marzo de 1897) pero, aquí la principal interrogante, ¿cómo abordar, tal vez para un primer lector, la figura del poeta más querido de México, la del periodista, el diputado del Constituyente de 1857, del Ministro de Hacienda en la administración juarista y, en resumen, del hombre cuyas obras completas abarcan 30 tomos? Aprovecharé las siguientes líneas para esbozar e invitar a la lectura de uno de los mexicanos más prolíficos del siglo XIX, cuyo natalicio celebraremos en algunos días y, pese a todo, es aún desconocido para muchas personas.



“El rumor fue canto, el eco armonía, la claridad dudosa luz matutina”


José Guillermo Ramón Antonio Agustín Prieto Pradillo, nació en la actual calle de Mesones, aquí el sitio exacto, “mimado de mis padres, acariciado de mis primos”, pero su familia se trasladó al Molino del Rey, lugar en el que su padre se desempeñaba como administrador. Recibe durante su niñez una educación esmerada, dando cuenta de todo ello en Memorias de mis tiempos:

Mi hermano, mis primos y competente número de criados, partíamos mañana a mañana a caballo del molino a México, a la escuela famosa de mi venerable maestro el señor don Manuel Calderón |...| Aquellas expediciones diarias nos hicieron jinetes consumados, saltábamos zanjas, dábamos cola a los caballos y corríamos atropellando transeúntes, desesperando a los criados y llevando a menudo sendos costalazos.

Ya desde sus primeros años es testigo y cronista de acontecimientos de los más variados: desde la confesión que le hace a un sacerdote respecto al robo que él y su prima Lolita hicieron de unos quesos obsequios de su padre, hasta el episodio trágico del ataque de una loba en el bosque de Chapultepec o la rendición de Isidro Barradas en 1829, cuando en un intento de reconquista española, su tropa fue vencida por Santa Anna.
Los desaires llegan pronto y su padre muere a los 33 años, acto seguido su madre pierde la razón, y por si fuera poco, el llamado motín de La Acordada llevó a la ruina el negocio fundado por su abuelo en el Parían (mercado ubicado en el actual Zócalo). Queda entonces al cuidado de dos costureras relacionadas a la familia, sin embargo,  “había salido de la escuela sin saber hacer nada a derechas |...| mi carácter y mi físico se prestaban poco.”
Aunado a esto, el niño comenzó a ganarse la fama de sólo servir para hacer versos, “en las iglesias, en las pulquerías, en donde quiera que pescaba un verso lo aprendía de memoria”. El descubrimiento sobrevino cuando no pudiendo recordar uno, lo reconstruyó por sí mismo: “¡Ea!... Ya tenían fórmula mis vagas tristezas, mis reminiscencias dolorosas, nacía al verso |...| El rumor fue canto, el eco armonía, la claridad dudosa luz matutina.”
Días después, resuelto a emplearse en algo productivo, acude al despacho de Andrés Quintana Roo, entonces ministro de Justicia de Santa Anna:

-¿Cuántos años tienes?
-Quince voy a cumplir.
-¿Y tú qué sabes hacer?
-¿Qué sé hacer?... sé hacer sonetos... y eso sí en menos de un decir Jesús.
Soltó la carcajada el señor Quintana
[Luego de que Prieto improvisase un verso para probarlo, le dijo:]
-Es necesario que algo sepas por ahora; y para que socorras a tu señora madre ocupándote, te daré una carta para el señor Castaños, administrador de la Aduana; otra te daré para el señor Iturralde, rector de San Juan de Letrán para que algo te enseñen. Yo te daré algunos libros, todos mis libros... porque eres mi hijo...

Así, entre subsecuentes encuentros fortuitos, Prieto se inserta en la vida del México independiente de maneras que bien podrían leerse en una novela de corte histórico, no culparía a quien le pareciese inverosímil saber que en 1840 el joven de 22 años se valió de su cercanía al Presidente Anastasio Bustamante para pedirle prestado el carruaje presidencial y visitar la casa de su futura esposa, María; o que en 1847, con el ejército estadounidense invadiendo la capital, Prieto (liberal de convicciones firmes) y su familia se vieran forzados a pedir asilo en la casa de Lucas Alamán, líder del partido conservador. 
Aquí, sólo porque no le encontré espacio en ningún otro subtema, y no queriendo dejarlo fuera, reproduzco un fragmento del poema Ensueños:

                                            Eco sin voz que conduce
el huracán que se aleja,
ola que vaga refleja
a la estrella que reluce;
recuerdo que me seduce
con engaños de alegría;
amorosa melodía
vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?

Retrato a lápiz de Prieto hecho por Ignacio Ramírez,
cortesía de Emilio Arellano

Entre guerras

Guillermo Prieto se desempeñó como Ministro de Hacienda para los gobiernos de Mariano Arista, Juan Álvarez y Benito Juárez. Sobre esta labor, dice Leonor Ludlow, “fueron pocos los éxitos de su administración” ya que en las tres ocasiones en las que estuvo en el cargo, tuvo que lidiar con el déficit, con la deuda externa y las continuas crisis políticas como los golpes de estado en contra de Arista, la Revolución de Ayutla y la guerra de Reforma. Cabe destacar que Prieto entró y salió pobre de todos sus cargos públicos, a pesar de que “por sus manos pasaron cerca de 300 millones de pesos de la desamortización”, publicó El Monitor. Testimonio de ello es la casona en Tacubaya que nunca terminó de construir.
Sus participaciones en estos conflictos armados no se limitaron a la burocracia, pues durante la intervención norteamericana y el alzamiento de Ayutla puso al servicio de su país sus dotes como hábil jinete al fungir como correo. Durante la guerra de Tres Años, el episodio por el que es más recordado es cuando en 1858, estando en Guadalajara, salvó la vida al Presidente Juárez y a muchos otros personajes claves en nuestra historia al anteponerse al motín en el que se habían visto envueltos y gritar a la tropa:

¡Levanten esas armas! ¡Los valientes no asesinan!... y hablé, hablé. Yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto y poderoso |...| ¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía! |...| Los soldados lloraban, protestando que no nos matarían, y así se retiraron como por encanto. Juárez se abrazó de mí… mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas.

Aquel día, escribe Ángel Trinidad Saldívar (“Los valientes no asesinan”, Milenio, 16 de marzo de 2009), “también hubieran muerto personajes que fueron claves en acontecimientos futuros, como Matías Romero o León Guzmán, entre muchos otros.”
De 1858 a 1861 su participación es activa tanto en el gobierno como en la prensa, publica el decreto para la desamortización de los bienes eclesiásticos; funda el periódico satírico El Tío Cualandas, y  entre muchos otros aspectos, su poema “Los cangrejos” es tomado por las fuerzas liberales como himno de guerra y las huestes triunfantes la entonan a la hora de tomar la capital y se encargan de que sus estrofas sean lo último que escuchen los líderes conservadores pues la cantan a la hora de pasarlos por las armas.
El 16 de abril de 1862, dice Paco Ignacio Taibo II, nace La Chinaca, huérfana de madre pero rebosante de padres, entre ellos: Ramírez, Prieto, Iglesias, los dos Pedros: Schiafino y Santacilia, Alfredo Chavero, Joaquín Alcalde y Altamirano. “Periódico escrito única y esclusivamente para el pueblo” [sic], dedicado a enaltecer el espíritu nacionalista ante la inminente invasión. Sin utilizar un lenguaje rebuscado y escribiendo para el chinaco (término con el que se identificaron los republicanos y que proviene de “chinacate”: vulgo, pobre, desarrapado) aclaraba en las orejas de la plana: “Avisamos en voz alta/que no hemos de contestar,/que pleito solo emprendemos/con los de allende el mar,/y que no queremos chismes/con los de la vecindad.”


El periódico termina con la llegada de los franceses a la capital y con la obligada salida de algunos de sus colaboradores al exilio (como Ramírez y Santacilia), por su parte, Prieto, administrador general de correos, acompañará a los llamados "inmaculados” y a Juárez en su forzado peregrinaje hacia el norte de la República. Sin embargo, Prieto continuará publicando en favor de la causa republicana e intercambiando correspondencia con su familia y amigos, recojo especialmente las cartas entre El Nigromante y Fidel, incluidas en las Obras Completas de ambos y publicadas en su momento por El Semanario Ilustrado de mayo a noviembre de 1868. 
Para 1865 existe ya una patente tensión al interior del partido liberal respecto a la sucesión presidencial, puesto que el periodo de Juárez terminaba en ese año y gran parte de los llamados moderados (no se diga los liberales puros) se oponían a la reelección del Benemérito, quien conservó el poder argumentando la imposibilidad de convocar elecciones en medio de una guerra de intervención.
Políticos nacionales y extranjeros defendieron esta postura, entre ellos: Sebastián Lerdo de Tejada, Pedro Santacilia, Francisco Zarco o el polígrafo argentino Domingo F. Sarmiento. En contraste, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano (quien desde 1862 pedía la renuncia de Juárez argumentando que “era un obstáculo para la democracia”), Guillermo Prieto, entre otros, se sumaron a los alegatos de Jesús González Ortega, quien durante un par de años se asumió como “legítimo Presidente Constitucional”.
En este escenario, Prieto y Juárez intercambiaron una muy formal pero aun así ácida correspondencia durante 1865. Reproduzco algunos fragmentos de las cartas compiladas por Rosen en Benito Juárez y Jesús González Ortega: Una polémica histórica, INEHRM, 2009, pp. 56-61:

Carta de Prieto a Juárez, octubre 1°, Paso del Norte.
Antiguo y muy amado amigo de mi corazón:
Las dos últimas veces que te he visto me has hecho sentir tu desagrado hacia  mí |...| Faltándome tu agrado, me falta uno de los más poderosos estímulos de estar cerca de ti y una bien débil recompensa de ocho años de servicios a mi Patria a tu lado |...| Te ruego |...| En que se declare que cesan los trabajos de la Administración General de Correos, lo que es un hecho, esta medida desembarazará a ustedes de mí.

Carta de Juárez a Prieto, octubre 1°, Paso del Norte.
Mi estimado Guillermo:
Contesto a tu carta de hoy diciéndote que no puedo dar la orden |...| Esto equivaldría a que el mismo gobierno comenzara a destruir la administración pública. Que el enemigo la destruya, si es más poderoso y tal es el destino de mi Patria, pero yo no lo he de hacer ni lo puedo permitir mientras pueda |...| Si has faltado o no a la circunspección en la cuestión de que me hablas, nada puedo decirte teniendo como tienes un amigo leal y severo que te puede satisfacer, aprobando o desaprobando tu conducta; ese amigo es tu propia conciencia.

Al día siguiente, luego de enviarle otra carta al Benemérito diciendo “he apelado a mi conciencia y ella está no sólo satisfecha sino orgullosa”, sentenció: “Sería ridículo creer que ha influido en sus avances, [del ejército invasor] que no trabajen en la administración del papel sellado, ni la lotería, las aduanas, etc. |...| Para obviar todo inconveniente y cerrar esta correspondencia que sustrae tu atención, te adjunto mi renuncia, que deseo como único favor que se me despache de conformidad.”


“No tengo de que arrepentirme”

Haré un breve recuento de los medios en los que colaboró Guillermo Prieto y de las obras que publicó, seguramente me faltarán muchas, pero doy cuenta de las que tengo certeza y ofreceré posteriormente un breve esbozo de cómo adquirir sus obras.
Fidel publica por vez primera un texto de corte religioso dedicado a su hermano, enfermo de cólera en 1833; en 1834 publica algunos versos en Obsequio a la Amistad; de 1836 a 1841 colabora en el Diario Oficial hasta su traslado a El Siglo XIX; escribe también en El Museo Mexicano, El Monitor Republicano y Don Simplicio en 1845, este último fundado junto a Ramírez, Payno y Vicente Segura. De la intervención norteamericana deja su testimonio (junto a otros liberales) en Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos, 1848; como opositor a Santa Anna se gana un no oficial exilio a Cadereyta y escribe en 1852 los Viajes de orden suprema.
De su participación en el congreso podemos consultar el testimonio de Zarco en Historia del Congreso Constituyente de 1857; durante la reforma publica El Tío Cualandas; La Chinaca en 1862, y en 1863 vuelve a la prensa satírica con El Monarca; durante la República Restaurada vuelve a publicar en la prensa política hasta que su apego a la candidatura de José María Iglesias le cuesta un nuevo exilio a Nueva York, escribe en 1878 sus impresiones en Viaje a los Estados Unidos.
Luego de volver a México publica compilaciones de sus versos, Viajes de orden suprema (inéditos hasta entonces), en 1884 da a conocer su Romancero Nacional; dos años después comienza a redactar sus memorias. Continua colaborando para El Universal hacia el final de sus días. En 1890 gana el concurso convocado por el diario La República para establecer quién era el poeta más querido de México, vence a Salvador Díaz Mirón y Juan de Dios Peza en aquella ocasión. Se le rinde un tributo en la calle de Plateros, hoy Madero.


Colaboró en infinidad de medios, entre ellos los dos paladines del periodismo combativo y liberal del siglo: El Monitor Republicano y El Siglo XIX; sus versos y prosas también figuraron en la revista literaria más importante de su centuria, aquella que en 1869 fundara Ignacio Manuel Altamirano para reconciliar a los escritores sin importar su filiación política y relanzar la literatura nacional: El Renacimiento. Veinticinco años después, en 1894 participó en la segunda época del diario, es de los pocos escritores que vivieron para colaborar en ambas épocas.
Escribió también obras de teatro como El Alférez (1840), Alonso de Ávila (1842) o El susto de pinganillas (1843); se le considera un cronista excepcional por, entre muchas de sus producciones, los San Lunes de Fidel; un cuentista único por obras como El marqués de Valero y poeta consumado con piezas como El romance de la Migajita.
La frase que nombra a esta penúltima cabeza intermedia la profirió el poeta durante su agonía en Tacubaya, cuando su familia mandó traer un cura para proporcionarle confesión, “el maestro no manifestó deseos de conversar sobre asuntos de conciencia”, y contestó al sacerdote: “En mi vida política he obrado siempre como un hombre honrado y no tengo de que arrepentirme.”
Recibió todos los honores por parte del Estado mexicano, diputados como Justo Sierra e Hilarión Frías y Soto, e intelectuales como Juan A. Mateos y Genaro Raigosa pronunciaron discursos fúnebres en su honor. Desde el 4 de marzo de 1897 descansa en la Rotonda de las Personas Ilustres.


Para leer al cantor de la musa callejera

Ya he aludido a la titánica empresa de Boris Rosen Jélomer (1917-2005) al reunir y ordenar los 30 volúmenes de las Obras Completas de Prieto, publicadas por Conaculta entre 1993 y 1996. Son la mejor forma de leerlo directamente y están disponibles en gran número de bibliotecas. Sin embargo, dada su difícil adquisición y disponibilidad para uso personal, existen otras maneras de hacerlo. Otro texto de interesante consulta es la entrevista imaginaria que Rosen le hizo a Prieto con motivo del centenario de su muerte, aquí el link.
La UNAM publicó las dos ediciones facsimilares de El Renacimiento, la primera época en 1993 y la segunda en 2006. Esta misma editorial publicó al poeta en numerosos libros de la serie Ida y Vuelta al Siglo XIX, colección que debería costar mucho más de lo que vale, muy recomendable para el lector interesado.
Memorias de mis tiempos y Viajes de orden suprema son muy fáciles de adquirir y están continuamente reeditándose.
Sin embargo, me permito hacer un comercialote para recomendarles la antología de Guillermo Prieto que me sirvió de base cronológica para este artículo, se titula La Patria como oficio, cuenta con la selección de textos, la cronología y el estudio preliminar de Vicente Quirarte; y los ensayos críticos de Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Castro y Luis Fernando Granados. Fue publicada en 2009 por la UNAM, el Fondo de Cultura Económica y la Fundación para las Letras Mexicanas. Forma parte de la serie Viajes al Siglo XIX.

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