Pero yo, para hablar de Ramírez,
necesito purificar mis labios, sacudir de mi sandalia el polvo de la musa
callejera, y levantar mi espíritu a las alturas en que se conservan vivos los
esplendores de Dios, los astros y los genios.
Guillermo
Prieto
Muchos son los
riesgos que se corren cuando se escribe acerca de alguien a quien se idolatra,
el más grave es el alejar al lector del personaje buscando lo contrario, así
pues trataré de ofrecer un esbozo general del hombre que en opinión de Octavio
Paz* fue “la figura más saliente de ese grupo de hombres extraordinarios”
pertenecientes a la generación de la Reforma. Sirva el artículo no sólo para rememorar la figura de Ignacio Ramírez, sino la de muchos otros de sus
coetáneos, liberales y conservadores pero mexicanos todos ellos.
Nacido
en San Miguel el Grande (hoy De Allende) el 22 de junio de 1818, pasó sólo
algunos meses en aquella ciudad origen del movimiento Insurgente, un dato que
dice mucho sobre la formación liberal de Ramírez es la relación y participación
que su padre, Lino Ramírez, tuvo con los hermanos Hidalgo y Costilla, otorgando
asilo, comida y armas a los ejércitos independentistas. Sus primeros años y
estudios los realiza en Querétaro dado que su padre había sido nombrado
Vicegobernador.
A
la edad de 16 años ingresa al Colegio de San Gregorio, edificio que actualmente
ocupa la Universidad Obrera de México (San Ildefonso No. 72), institución
reconocida en aquel tiempo por su carácter progresista y la férrea disciplina
característica de su director, Juan Rodríguez Puebla, indio de raza pura, hijo
de un aguador, que ascendió en la escala
social y racial de la época llegando a ser el director de la propia escuela en
la que tuvo la oportunidad de estudiar, de ahí que fuera pionero en la
educación de los indígenas y en la inclusión de las mentes más brillantes de la
época como planta docente a tal grado que Francisco Sosa lo consideró como
precursor de Gabino Barreda en la Nacional Preparatoria y de Justo Sierra en la
Universidad Nacional.
Interior del Colegio de San Gregorio
Fuente: www.uom.mx
A
diferencia de otros estudiantes como Antonio García Cubas o Miguel Miramón,
quienes sufrieron de las llamadas “azotainas gregorianas” (dado que “Pueblita”
cargaba siempre una vara para la reprimenda de sus educandos), el joven Ramírez
aprovechó la relación que el director guardaba con su padre para dedicar todo
su tiempo a hurgar en las bibliotecas del colegio, de la Catedral y de San
Francisco; consiguiendo así la preparación justa para irrumpir de una vez por
todas en el escenario político y social decimonónico cuando se presentó
ante la Academia de Letrán pronunciando el discurso que hasta nuestros días
continúa anatomizándolo, y que empezaba con la siguiente frase: “No hay
Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”.
Sobre
su discurso afirma Monsiváis: “Lo que
Ramírez introduce con el ejemplo no es la duda religiosa (que socialmente tardará
en producirse), sino el respeto inicial a la diversidad” (Monsiváis, Carlos
(pról.), Obras Completas de Ignacio Ramírez, t. VII, Centro de Investigación
Científica Jorge L. Tamayo).
Guillermo
Prieto, testigo presencial y compañero inseparable de Ramírez desde aquel día,
escribió:
Después de un exordio arrebatador, y como calculada
divagación, pasó en revista el autor los conocimientos humanos; pero revestidos
de tal seducción, pero radiantes de tal novedad, pero engalanados con lenguaje
tan lógico, tan levantad, tan realzado con vivo colorido, que marchábamos de
sorpresa en sorpresa como si estuviéramos haciendo una excursión al infinito por
senderos sembrados de soles |...| Y todo esto sin esfuerzo, resonando la trompa
épica de lo sublime y el tamboril de los pastores de Virgilio, empleando el
decir fluido de Herodoto, o la risa franca y picaresca de Rabelais (Memorias de
mis tiempos, Universidad Veracruzana, 2009, p. 198).
Diego Rivera sustituyendo la frase "Dios no existe" por "Conferencia en la Academia de Letrán, el año de1836", más información sobre este episodio.
Fuente: La ciudad de México en el tiempo
En
1845 se gradúa como abogado con aprobación unánime del jurado de la Real y
Pontificia Universidad, al año siguiente se inicia en el periodismo en Don Simplicio, bisemanal satírico en el
que “los simples” (Prieto, Ramírez, Ponciano Arriaga, Vicente Segura y Manuel
Payno) debatieron con los principales medios conservadores y monarquistas de la
época como El Tiempo y con
intelectuales de la talla de Lucas Alamán. Luego de participar activamente ante
la intervención norteamericana en el Estado de México y Tlaxcala, se incorporó
al Instituto Científico y Literario de Toluca, dirigido por Felipe Sánchez
Solís y auspiciado por el gobierno de Francisco Modesto de Olaguíbel.
Sin
detenerme mucho en esta impresionante labor, que dotó al instituto de una fama
que conservaría hasta transformarse en la Universidad Autónoma del Estado de
México (incluso de 1915 a 1920 se llamó Instituto Ignacio Ramírez) mencionaré
que renunció a su paga como maestro de jurisprudencia, impartió una clase de
literatura en lo que debería ser su día de descanso (también sin remuneración
económica), continuó asistiendo a clases pese a la epidemia de cólera que azotó
a Toluca en 1850, y por si fuera poco, creó el primer programa de becas en el Estado
de México (que en aquel entonces tenía salida tanto al Golfo de México como al
Océano Pacífico), el cual fue aprovechado por 259 indígenas puros quienes
pagaban sólo una fracción de la “colegiatura de gracia” dejando al instituto el
resto, uno de ellos creó la primera novela mexicana moderna (Clemencia), fue Diputado, Ministro,
dominó a la perfección el francés, el inglés, el latín o el italiano pese a que
aprendió castellano a los 12 años, y entre otras cosas fue Embajador en España,
Francia, Suiza e Italia: Ignacio Manuel Altamirano.
Decreto de Francisco M. de Olaguíbel en el que se reabre el Insituto Científico y Literario
Fuente: www.bibliolex.gob.mx
La gran década
Dada la cantidad de información, no me detendré mucho en este aspecto, baste mencionar
que como periodista, Ramírez fundó, ya individualmente o en compañía de otros
colegas: Don Simplicio (en donde
adoptó el seudónimo “Nigromante”, en clara referencia a la novela cervantina), Themis y Deucalión, El Clamor Progresista, La
Sombra de Robespierre y La
Insurrección. Colaboró en los periódicos liberales más importantes de su
tiempo: El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano, así como en
medios como El Demócrata, El Movimiento, La Opinión de Sinaloa, La
Estrella de Occidente, El Correo de
México y El Renacimiento (ambos
fundados por su discípulo Altamirano), El
Semanario Ilustrado, El Federalista,
El Mensajero y El Precursor. Por si fuera poco, algunos autores también lo
vinculan a la redacción de El Porvenir de
Toluca, Las Cosquillas, La Chinaca, El Pacífico de Mazatlán o La
Sombra.
De
su faceta como Diputado en el Congreso Constituyente de 1857 quedan sus propias
palabras:
Formemos una Constitución que se funde en el
privilegio de los menesterosos, de los ignorantes, de los débiles, para que de
este modo mejoremos nuestra raza y para que el poder público no sea otra cosa
más que la beneficencia organizada (“Congreso
Constituyente”, Obras Completas, t.
III, Instituto de Investigación Científica Jorge L. Tamayo, 1985, p. 3).
Como
Ministro de Instrucción Pública, Justicia y Fomento en 1861, integró uno de los
gabinetes más radicales en la historia de nuestro país, y pese a que durante la
República Restaurada defendió al entonces adalid de los liberales rojos, Porfirio
Díaz, y atacó al Benemérito llegando a escribir que “lo peor que le ha
pasado a México es Juárez”, colaboró con él y, más importante aún, con sus ideales durante la Reforma.
Formó
parte de las principales asociaciones literarias y científicas de la segunda
mitad del siglo XIX como el Liceo Hidalgo o la Sociedad Mexicana de Geografía
Estadística (asociación científica más antigua del continente, fundada en 1833
y aún en funciones, misma que presidió en tres ocasiones: 1871-1874-1876); además
de que enarboló la causa republicana durante su paso por el norte del país, San
Francisco y Yucatán, sitio en el que fue exiliado durante el Imperio de
Maximiliano después de haber estado preso en San Juan de Ulúa. Fue precisamente durante la
Intervención Francesa cuando su labor como orador produjo un discurso que en
palabras de Gastón García Cantú expresa “en un castellano preciso y hermoso,
las ideas fundamentales de nuestra nacionalidad” (“El Nigromante”, La
República de las letras, vol. III, Galería de escritores, México, UNAM,
2005, p. 222).
¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Este es el doble
problema cuya resolución buscan sin descanso los individuos y las sociedades;
descubierto un extremo se fija el otro, el germen de ayer encierra las flores
del mañana; si nos encaprichamos en ser aztecas puros, terminaremos por el
triunfo de una sola raza, para adornar con los cráneos de las otras el templo
del Marte americano; si nos empeñamos en ser españoles, nos precipitaremos en
el abismo de la reconquista; ¡pero no! ¡Jamás! Nosotros venimos del pueblo de
Dolores, descendemos de Hidalgo, y nacimos luchando como nuestro padre, por los
símbolos de la emancipación, y como él luchando por la santa causa desapareceremos
de sobre la tierra (“Discurso
cívico”, Obras Completas, t. III, p.
21).
Aprovechó
cualquier oportunidad para profundizar sus conocimientos científicos, así fue
la única persona que documentó la aurora boreal vista por primera y única vez
en San Luis Potosí durante agosto de 1859 (ocupaba el puesto de asesor político
de su excompañero gregoriano, Santos Degollado), en su marcha por Sinaloa y
Baja California creó las primeras granjas perlíferas y documentó numerosas
especies animales y vegetales que permanecían sin ser estudiadas; de igual
forma durante su exilio en Yucatán transcribió numerosos códices mayas.
Finalmente,
siendo Ministro de Justicia durante el primer régimen de Porfirio Díaz, Ignacio
Ramírez Calzada murió el 15 de junio de 1879, siendo sepultado en el Cementerio
del Tepeyac, cubiertos todos los gastos funerarios por el gobierno, mismo que
le debía 500 pesos de sueldo, prueba de que a diferencia de muchos políticos
actuales, el gran mérito de hombres como Ramírez fue haber entrado y salido
pobres pero siempre honestos de sus cargos públicos. El 6 de octubre de 1934
sus restos fueron inhumados en la Rotonda de las Personas Ilustres.
“Triunfos de amor componen nuestra historia”
Un último
aspecto que me gustaría abarcar de manera rápida es la faceta de Ramírez como
prosista, poeta y dramaturgo, si bien se le conoce más por su participación
política y periodística, entremezcló su gran conocimiento literario ya para
atacar a sus enemigos políticos como en el poema “Después de los asesinatos de
Tacubaya” (1859), batalla en la que su cuñado, Manuel Mateos, y su exalumno en
Toluca, Juan Díaz Covarrubias, fueron asesinados por órdenes de Leonardo
Márquez; ya para hacer mofa del proyecto conservador o de las reelecciones de
Benito Juárez entremezclando la dramaturgia con el periodismo en diálogos
“¿Cómo se hace al pueblo soberano...” o “Los monos”.
Cabe
mencionar que el quinto tomo de las obras de Ramírez está dedicado a las piezas
teatrales que escribió, muchas de ellas claras representantes de la influencia
romántica de la época y otras de tinte político, empero, de ninguna se tiene
certeza haya sido representada debido a que todas ellas fueron escritas
durante, valga la expresión, los ratos libres de su autor. Colaboró además en
obras colectivas como Apuntes para la
guerra entre México y Estados Unidos (1847) o Los mexicanos pintados por sí mismos (1854), así como en El Renacimiento (1869), proyecto
cultural por antonomasia de la República Restaurada, impulsado por Altamirano,
discípulo de Ramírez. Baste un extracto de su correspondencia con Fidel (Guillermo Prieto), en donde
estando el primero refugiado en San Francisco y el segundo siguiendo a “Los
inmaculados” de Paso del Norte, describió a la ciudad estadounidense de la
misma forma en la que alguien lo hubiera hecho durante la famosa época de la
prohibición del alcohol a inicios del siglo XX:
¡Descansemos!
¿Pero cómo descansar? En las altas horas de la noche, y de repente, sale un
torrente de música de las entrañas de la tierra |…| Busca la causa, atrévete a
bajar al seno de la tierra; allá donde esperarías encontrar una catacumba, los
misterios de una mina, una logia, una conspiración; verás ensancharse bajo tus
pasos un salón presidido por una cantina; billares, tiros de pistola, un piano,
un violín, café, coñac, y media docena de muchachas bebiendo con uno, tirando
al blanco con uno, jugando con uno y dejando sólo a uno todo el gasto de la
fiesta. Esto es un basement.
Como
poeta, Ramírez se ha ganó los elogios de casi todos sus contemporáneos e
incluso de consagrados escritores como Rubén M. Campos o José Luis Martínez
(quien considera que los versos que Ramírez dedicó en 1872 a su recién
fallecida esposa, Soledad Mateos, son “de los más hermosos de la poesía
mexicana”):
Heme aquí, sordo, ciego, abandonado
en la fragosa senda de la vida;
apagóse el acento regalado.
Que a los puros placeres me
convida;
apagóse mi sol; tiembla mi mano
en la mano del aire sostenida.
Hombres de la talla de José María Roa Bárcena, José López Portillo y Rojas, Salvador
Novo o Amado Nervo han aclamado siempre piezas como “Por los gregorianos
muertos” (1872), con la que Rip Rip
(Nervo) aseguraba sería digno terminase la vida de todos los mexicanos (“En
verso”, El Imparcial, 7 de septiembre
de 1896). El poema, declamado frente a la Sociedad Gregoriana (exalumnos del
Colegio de San Gregorio) fue dedicado a todos los compañeros cuya vida terminó
abruptamente durante las guerras e intervenciones que asolaron al país.
¿Qué es nuestra vida sino tosco
vaso
cuyo precio es el precio del deseo
que en él guardan natura y el
acaso?
|...|
Cárcel es y no vida la que encierra
privaciones, lamentos y dolores;
ido el placer, la muerte, ¿a quién
aterra?
Madre naturaleza ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza;
nací sin esperanza ni temores;
vuelvo a ti sin temores ni
esperanza.
Incluso
sus propios críticos, como Francisco Pimentel, literato de gran prestigio
durante el siglo XIX, reconocieron el talento de los poemas escritos por
Ramírez. Cabe recordar que Pimentel y Ramírez polemizaron en varios temas:
cuestiones antropológicas (de hecho, Pimentel escribió todo un libro para
debatir un discurso de Ramírez sobre la poesía erótica en la Grecia antigua), científicas y por su puesto literarias. En su Historia crítica de la poesía en México
(1892), Pimentel escribió sobre El Nigromante: “Applaudir, applaudir,
mais en blamant un peu”, es decir: Aplaudan, aplaudan, pero culpen un poco.
Soledad Mateos Losada, hermana de Juan Antonio y Manuel Mateos,
así como ascendiente de Adolfo López Mateos.
Cortesía de Emilio Arellano
Ramírez tuvo dos musas: su esposa, Soledad Mateos, quien lo
acompañó inclusive a prisión durante el régimen santanista y junto a quien
formó una familia compuesta de cinco hijos (José, Román, Ricardo, Manuel y Juan
Mauricio), todos ellos destacados miembros de la sociedad finisecular; y
Rosario de la Peña, cuya figura reunió a los principales poetas de la segunda
mitad de siglo y ante la cual Ramírez entendía su posición: Ministro de
Justicia de 56 años, padre de cinco hijos adultos que se limitó a cantar la
belleza de aquella musa de 27 años. Cierro precisamente con
“Al amor” dedicado en 1876 a Rosario:
¿Por qué, Amor, cuando espiro
desarmado,
de mí te burlas? Llévate esa
hermosa
doncella tan ardiente y tan
graciosa
que por mi oscuro asilo has
asomado.
En tiempo más feliz, yo supe osado
extender mi palabra artificiosa
como una red, y en ella,
temblorosa,
más de una de tus aves he cazado.
Hoy de mí mis rivales hacen juego,
cobardes atacándome en gavilla,
y libre yo mi presa al aire
entrego;
Al inerme león el asno humilla...
Vuélveme, Amor, mi juventud, y
luego
tú mismo a mi rivales acaudilla.
Fuentes recomendadas
- Arellano, Emilio, Ignacio Ramírez “El Nigromante”: Memorias prohibidas, Planeta,
México, 2009.
- Clark, Belem y Speckman, Elisa (comp.), La República de las letras. Asomos a la
cultura escrita del México decimonónico, Volumen III, Galería de
escritores, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2005.
- González, Manuel (comp.), Ignacio Ramírez: Ensayos, segunda edición, Universidad
Nacional Autónoma de México, México, 1994.
- Weinberg, Liliana (comp.), Ignacio Ramírez. La palabra de la Reforma en la República de las
Letras. Una antología general, Fondo de Cultura Económica, Fundación
para las Letras Mexicanas y Universidad Nacional Autónoma de México, México,
2009.
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