A nuestro recuerdo.
Cuál si no este debiera ser
nuestro objetivo:
dejar al partir una nutrida
horda de plañideras
que ya por gozo, tedio o
dinero inmundo,
nos traigan flores o sonrisas
halagüeñas.
Y es que aquí, en nuestra última
morada
el amor se mide en flores,
dulces y rehiletes cuidadosamente distribuidos,
el olvido, por el contrario,
es polvo y es basura; hojas muertas
agitadas de cuando en cuando
por el otoñal viento,
usadas por el ave que
transmuta el despojo en un hogar,
o hechas quizás a un lado por
el distraído transeúnte,
el perdido y deseado invitado
de hoy a un siglo, tal vez dos.
¿Así premiamos a nuestros
grandes nombres?
¿Con calles, libros y
homenajes pero sin una mísera flor en una tumba?
¿Qué nos depara la posteridad
a quienes inferiores aspiraciones y capacidades tenemos?