Situado en los
márgenes del México decimonónico, para unos decadentista y poeta maldito, para
otros romántico y cursi, o como algunos más opinan: ninguna de las anteriores,
el nombre de Antonio Plaza Llamas (1830-1882) ha permanecido durante más de un
siglo como un constante eco al interior de la poesía mexicana.
Defendidos
por numerosos literatos entre los que se encontramos a Juan de Dios Peza,
Vicente Riva Palacio, Manuel Payno, José Luis Martínez, Carlos Monsiváis, José
Emilio Pacheco y Óscar de la Borbolla, los versos de este poeta han sufrido
también los duros embates de prohombres de nuestras letras como Francisco
Pimentel, Manuel Puga y Acal y Ramón López Velarde.
Estas
líneas (un tanto subjetivas habrá que admitir) buscan que el lector se remita a
la fuente primaria y emita su propio juicio. Lo indudable es que, es ante
el pueblo y después ante la academia donde un poeta debe combatir. Así lo
entendió el autor cuya vida y obra trataremos escuetamente.
Se conoce muy
poco de sus años formativos y muchos de los estudios biográficos repiten lo
dicho por Juan de Dios Peza, quien conoció y frecuentó a Plaza durante mucho tiempo. Se
sabe que nació en Apaseo el Grande, Guanajuato, un 2 de junio de 1833, hijo de
José María Plaza y Luz Llamas, quienes le inculcaron una educación modesta y
afiliada a las posturas liberales de la época.
Durante
su juventud es enviado a la capital de la República a estudiar en el Seminario
Conciliar, sin mucho éxito dado que truncó sus estudios para integrase a la
causa santanista y posteriormente adherirse al movimiento liberal. En “Sin fe y
sin amor”, encontramos un magnífico autorretrato:
Con
frailes menores
tranquila
pasó
mi
edad inocente.
|...|
Chinaco más tarde,
sin
ley y sin Dios
escenas
horribles
miré
sin horror.
|...|
Por
eso de todo
cansado
ya estoy;
conozco
los goces,
conozco
el dolor.
Durante la
Intervención Francesa alcanzó el grado de teniente coronel pero una bala de
cañón le inutiliza una pierna, hecho que lo retira del servicio activo. De
acuerdo a Peza, colaboró en distintos periódicos como: El Horóscopo, La Idea, La Bandera Roja o El Constitucional. Lo cual
deja entrever que fue quizás la prensa o la docencia el camino que siguió para
mantener a su familia, esto debido a que tanto el gobierno de Benito Juárez como el de Sebastián Lerdo de
Tejada le negaron pensión como veterano.
Su
nivel de vida fue sin duda medio, señalado por muchos como bajo. Contrajo
matrimonio en tres ocasiones pues enviudó en dos, de acuerdo con la
investigación de Eduardo Gómez, y crio a seis hijos, de los cuales fallecieron
cuatro. Su primogénito, Edmundo Llamas fue cónsul de México en Yokohama a
finales de siglo, mientras que su hija se desempeñó como profesora de primeras
letras. A ellos dedica sentidas composiciones como “Duerme, niño” y “A
Cristina”, respectivamente.
Sus
últimos años los vivió enemistado con el gobierno lerdista, no alcanzando como
otros escritores a quebrar las ilusiones ofrecidas por el héroe del 2 de abril.
“Comer y bailar” es uno de los pocos poemas en los que se ocupa de la política:
Tiene
usted, sin duda,
un
diente especial,
y
piernas usadas
que
saben danzar;
mas
mientras engulle
con
gula voraz
y
brinca y se tuerce
bailando
el can-can,
nos
lleva el demonio,
señor,
sin piedad
que
aquí vegetamos
escasos
de pan.
Falleció el 27
de agosto de 1882, dejando con innumerables necesidades a su viuda y a sus
hijos. Dos días después, Federico Mendoza y Vizcaíno, redactor de La Patria, llamó a la prensa y a las
autoridades a organizar una cuenta de ahorro en favor de los deudos, o a donar
las ganancias obtenidas por los teatros y las suscripciones de la prensa. No se
sabe si dicho proyecto fue llevado a cabo. Mendoza escribió también: “Las letras
mexicanas han perdido un escritor que las honrara, la República un buen hijo, y
la causa de la libertad un defensor ardiente.”
La época de transición y un “maldito” poeta, no al
revés.
Aunque su
formación fue incompleta, risible para los estándares de hombres como Francisco
Pimentel o Vicente Riva Palacio, los versos de Antonio Plaza indican una
acuciosa lectura de los clásicos griegos y latinos, teología, y letras tanto
inglesas como españolas. Siendo de su particular gusto la obra de José de Espronceda
(1808-1842).
A
la hora de juzgar el impacto de la obra de Plaza debe tomarse en cuenta un
factor clave: en vida, reeditó numerosas veces su poemario, algo que
muchos otros escritores no habrían siquiera soñado y que no comenzaría a ser
frecuente sino hasta los primeros años del siglo XX, cuando hombres como
Federico Gamboa pudieron cómodamente vivir de los dineros aportados por mujeres
públicas como una tal Santa.
En
1870 el Álbum del Corazón sale de la
imprenta de Ignacio Cumplido junto con un prólogo de Manuel Payno. “La cuarta
edición –retoma Gómez de Razo Oliva- apareció con el pie de imprenta de Antonio
M. Rebolledo, en Coatepec, Veracruz, 1880. En 1885, el general Vicente Riva
Palacio reúne numerosos poemas de Plaza y los complementa con algunos otros de
Ignacio M. Altamirano, Guillermo Prieto, Francisco Sosa, Juan de Dios Peza e Hilarión Frías y Soto, entre otros. Surgiendo así: El Parnaso Mexicano. Antonio Plaza. Destaca también la edición de Álbum prologada de nuevo por Peza hacia
1899. La última edición, y por cierto la mejor, es la de Factoría Ediciones,
prologada por Juan Diego Razo Oliva.
De
lo anterior se desprenden los siguientes juicios que, a nuestro parecer,
rechazan la idea de Plaza como poeta maldito o relegado del grupo intelectual.
Resulta evidente que la elección de permanecer fuera de las páginas centrales
de la literatura finisecular fue premeditada, lo cual sin duda ayudó a
la difusión de sus versos entre el pueblo de la capital, la provincia y el
extranjero. Además de que su modo de vida, con algunos vicios, no llegó a la dipsomanía de los modernistas reunidos en torno a Jesús Valenzuela.
Existe
una sádica manera de probar el arraigo de sus poemas: el 31 de mayo de 1899,
Sofía Ahumada se arrojó junto a sus 20 años de la torre poniente de la Catedral
Metropolitana, y escondida en los pliegues de su ropa se halló una nota suicida
en la que se citaba (de manera un tanto errónea) el poema “A María la del
cielo”, de nuestro autor.
Posada, José Guadalupe, ¡Sensacional y terrible noticia! Una señorita que se arroja desde la torre de Catedral, 1899. Fuente: Revista Replicante
Ahora
bien, Plaza es definitivamente un poeta de transición. Se hallan en él rasgos
meramente románticos como en “Horas negras”:
A
mi gastado corazón de lodo
nada,
en fin, es capaz de conmoverlo,
y
perezoso, indiferente a todo,
no
puedo ser feliz ni quiero serlo.
Filosófico-religiosos
como en el ya mencionado “A María la del Cielo” (pieza que fue reconocida
incluso por Francisco Pimentel):
¿Si
siempre he de vivir en la desgracia,
¿por
qué entonces murió por mi existencia?
Si
no puede o no quiere hacerme gracia,
¿dónde
está su bondad y omnipotencia?
Se encuentran
también aspectos propios del erotismo, tal vez a una manera aún inicial, con el
que poetas como José María Facha y José Juan Tablada escandalizarán a la sociedad
porfirista. De “La mujer” retomamos:
En
su lecho de rosas sin espinas,
destrenzada
la hermosa cabellera
y
desnudas las formas peregrinas,
duerme
inocente la mujer primera.
|...|
Y
sus trémulos pechos inflamados
placer
provocan y al deleite incitan,
y
sus brazos y muslos torneados
del
frágil hombre los deseos irritan.
Pese a todo, siempre se le relaciona con el decadentismo y el romanticismo tardío,
dadas las repetidas alusiones a los vicios, la muerte y las mujeres fatales de
las que posteriormente se ocupará, en México, un Couto, un Ceballos o un Ruelas
en lo que a las artes gráficas respecta. Celebrados y malditos por igual son
poemas como “Crápula”, “Insomnio”, “A Baco”, o “A una Ramera”:
Mujer
preciosa para el bien nacida,
mujer
preciosa por mi mal hallada,
perla
del solio del Señor caída
y
en albañal inmundo sepultada;
cándida
rosa en el Edén crecida
y
por manos infames deshojada;
cisne
de cuello alabastrino y blando
en
indecente bacanal cantando.
|...|
¿Eres
demonio que arrojó el infierno
para
abrirme una herida mal cerrada?
¿Eres
un ángel que mandó el Eterno
a
velar mi existencia infortunada?
¿Este
amor tan ardiente, tan interno,
me
enaltece, mujer, o me degrada?
No
lo sé… no lo sé… yo pierdo el juicio.
¿Eres
el vicio tú? … ¡Adoro el vicio!
|...|
Es
tu amor nada más lo que ambiciono,
con
tu imagen soñando me desvelo,
de
tu voz con el eco me emociono;
y
por darte la dicha que yo anhelo
si
fuera rey, te regalara un trono,
si
fuera Dios, te regalara un cielo;
y
si Dios de ese Dios tan grande fuera,
me
arrojara a tus plantas ¡vil ramera!
Ciertamente se
encuentran defectos en los más versos de Antonio Plaza, cacofonías, arritmias,
figuras y salidas fáciles, lo cual ha dado lugar y justa oportunidad a sus críticos.
Pero han sido líneas como las arriba expuestas aquellas que, sin duda, le
tendrán ganado un privilegiado lugar en el gusto del lector actual.
Fuentes recomendadas:
- Gómez, Eduardo, Antonio Plaza: La periferia del canon poético mexicano del siglo XIX, Tesis para obtener el grado de Licenciado en Letras y Literaturas Hispánicas, UNAM, FCPyS, México, 2011. Documento digitalizado.
- Pimentel, Francisco, Historia crítica de la poesía en México, Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento, México, 1892.
- Plaza Antonio, Álbum del Corazón, El Libro Español, México, 1899.
- Plaza, Antonio, Del Álbum del Corazón y otras páginas (pról. de Juan Diego Razo Oliva), Factoría Ediciones, México, 2000.
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