domingo, 27 de julio de 2014

Cuentos e imperios de hadas

Son pocas las veces que un artículo periodístico de la sacrosanta sección cultural me obsesiona, ya que comúnmente lo único que se encuentra en ella es un boletín mal revolcado; afortunadamente hoy topé con Historias al margen del Segundo Imperio, breve texto de Andreas Kurz publicado en La Jornada Semanal que me llevó a darle una segunda oportunidad como autor –material para otro artículo, sólo digamos que pecó de inocente con relación a unas cartas ficticias escritas por Victoriano Salado Álvarez que tomó por verdaderas-, y me dejó con una pregunta, ¿qué es actualmente lo más atractivo del malogrado imperio de Maximiliano, el mito o la historia?

El mito, no cabe duda. Un relato de cuentos de hadas y finales no tan felices alimentado desde las más distintas fuentes: la conocida novela histórica de Fernando del Paso, Noticias del Imperio; puestas en escena como Imperio, basada en el libro homónimo de Héctor Zagal y cuya temporada recién concluyó; danzas como Carlota, la del jardín de Bélgica presentada en numerosos recintos hace un año; magníficos cuentos como el famoso Tenga para que se entretenga, de José Emilio Pacheco, o mala y desafortunadamente muy bien vendida prosa de autores como Francisco Martín Moreno.

La lista es larga y bastaría una rápida búsqueda en Internet para caer en una muy natural depresión al ver a obras de mucha mayor calidad investigativa y narrativa acumular polvo en los estantes de institutos culturales o universidades. Por ello me propongo hacer unos breves comentarios oponiendo lo que la fantasía ha construido en torno a lo que en realidad fue, esperando que el lector de estas líneas contribuya en el futuro a inclinar la balanza que rodea al archiduque y su periodo histórico.

Cesare Dell’Acqua (1821-1905), Ernennung Maximilians zum Kaiser Mexikos (Nombramiento de Maximiliano como Emperador de México; Fuente: Wikipedia.org


Señala muy acertadamente Kurz: “es imposible escribir novela o teatro histórico sin fuentes: memorias, cartas, diarios, los clásicos de la historiografía. A veces se produce un fenómeno curioso: las fuentes resultan más fantásticas y novelescas que las narraciones que impulsan. El Segundo Imperio en la literatura mexicana ilustra este fenómeno”.

Un ejemplo muy claro y reiterado hasta el cansancio es el que refiere a la vida íntima de Maximiliano y Carlota: que si el uno era homosexual y la otra confortada por un oficial de la corte; que si las ausencias de Maximiliano y sus constantes visitas a Cuernavaca eran para dedicar tiempo a “La india bonita”, nombre que actualmente lleva la calle donde se ubica el Jardín Borda de aquella ciudad y cuyo origen no es más que una leyenda que ha adquirido tintes de verdad gracias a la narración oral y el turismo.

Algunas de las fuentes más recomendables han contribuido –sin proponérselo, claro está- a crear y dar fuerza a todos los mitos en torno a las sábanas de Miravalle, es el caso de José Luis Blasio, secretario particular del emperador, quien legó una mínima pero suficiente cantidad de líneas en su Maximiliano íntimo (1905) para la posterior construcción novelesca (Blasio 1996, p. 135):


El emperador, que se encontraba en la plenitud de la edad, y en pleno vigor viril, dada su alta posición social y política, su notable belleza varonil, sus exquisitas maneras, su talento natural, su temperamento soñador y su alma de artista, ¿era posible creer ni por un momento que hubiera vivido en absoluta castidad, durante su permanencia en México, donde había fascinado sólo con su presencia a mujeres hermosas y distinguidas?


¿Debería importarle a quien desee conocer al personaje real este hecho? Pienso que la respuesta podría ser afirmativa sólo si lo que desde hace 150 años se dice hubiera influido en la manera de gobernar del archiduque, bastante liberal (dicho sea de paso) para lo que propios y extraños pensaban. Podríamos contestar “sí” en caso de que su vida se hubiera definido por un escándalo sexual o aventura extramarital, como en efecto ocurrió con Luis Víctor de Austria, hermano menor de Maximiliano y cuyos escándalos le merecieron un encierro desde el cuál sobrevivió a sus tres hermanos y a la gloria de su familia para ulteriormente morir en 1919.

De izquierda a derecha: Francisco José, Carlos Luis, Maximiliano y Luis Víctor de Habsburgo.
Fuente: Wikipedia.org

Menos explorados -y comerciales- son aspectos como los que muestran a un emperador que, a diferencia de quienes le ofrecieron la corona y de muchos de los liberales que le atacaron desde la oposición, mostró desde joven una preocupación por el obrero y el trabajador común, oprimido por antiguas prácticas o por el avance de la industria (De Habsburgo, 2013, p. 152):


A lo que yo no puedo habituarme es a ver al rico fabricante producir en masa lo que satisface el lujo de los ricos y lo que excita su amor al fausto, mientras que los obreros a quienes explota, verdaderamente siervos sometidos a la tiranía de su capital, no son más que sombras de criaturas humanas que trabajan con regularidad mecánica, y que en el idiotismo completo de su alma, ofrecen su cuerpo en holocausto a una talega de dinero, para satisfacer las necesidades de su estómago.


Si bien muchas de las medidas de Maximiliano y de una gran número de gobernantes en el siglo XIX que tuvieron el objeto de ayudar al pueblo, jamás pasaron del papel o lo hicieron en una muy pequeña escala, la creación en abril de 1865 de oficinas como la Junta Protectora de las clases Menesterosas (a cuyo cargo estuvo el nahuatlato Faustino Chimalpopoca Galicia) habla tanto de una preocupación manifiesta como de un afán de legitimación ante una población que, apunta José Arturo Aguilar Ochoa, poco recibía y mucho resentía los cambios en las administraciones republicanas o monárquicas. Vaya sorpresa la que se lleva el lector al encontrar las siguientes palabras en una carta enviada por Maximiliano a Carlota (Ratz, Konrad, citado por Aguilar Ochoa, 2012):


Hoy fue un día lleno: temprano por la mañana juzgar cuatro indicadores [sic] y por la tarde uno más, además de las audiencias con 24 personas, entre ellas numerosas comisiones de indígenas que se quejan de los hacendados y de “gente de razón” por robos de sus tierras, les dije que debían tener paciencia que ya les llegarían ayuda y protección. Algunos no sabían nada de Chimalpopoca y los mandé con él. Me preguntaron ¿Cuánto debemos darle a ese licenciado para que acepte nuestro asunto? Nada, él también es indígena, los quiere y sólo está aquí para servirlos.


Hace poco, guiado por las noticias sobre el estado de conservación del llamado Penacho de Moctezuma, pude leer muchos comentarios negativos –por no decir blasfemos- en contra de Maximiliano y la creencia popular que señala fue debido al fusilamiento del archiduque que la Casa Real de Austria obtuvo y guardó celosamente la pieza. Lo cierto es que la gran mayoría de las fuentes señalan que el quetzalapanecáyotl fue un regalo del tlatoani a Cortés, que con el paso de los siglos llegó a la colección de los Habsburgo.

Escudo mexica traído a México por Maximiliano
Fuente: INAH

Lo que es igualmente cierto y que seguramente desconocían todos los que alzaron la voz en contra del Museo de etnología de Austria (donde se resguarda el tocado), es que el archiduque trajo consigo algunas piezas de colecciones familiares que él juzgó pertenecían al pueblo mexicano, es el caso del único chimalli o escudo mexica que se conserva en nuestro país.

En el artículo Maximiliano y su tradición coleccionista, escrito por Paulina Martínez para el libro Entre la realidad y la ficción: vida y obra de Maximiliano, se detalla la comisión de Gregorio  Barandiarán, representante de Maximiliano en su país natal, cuyo objetivo era repatriar códices, piezas arqueológicas u objetos prehispánicos varios que se encontraban en poder del mayor de los Habsburgo, Francisco José.

A pesar de que la comisión fracasó, los esfuerzos de Maximiliano respecto a la difusión del pasado prehispánico fueron notables (prueba de su talento y visión para ganar simpatías) y son el antecedente de, por ejemplo, el actual Museo Nacional de Antropología e Historia; o de las leyes que actualmente prohíben –en el papel, pues hay cosas que no cambian en siglos- el tráfico de objetos históricos. Se sabe, por la prensa de la época y el antes citado Blasio, que el emperador visitó numerosos sitios arqueológicos y gozaba dedicar algunas horas para trabajar en los trabajos de campo, de ahí edictos como el del 1° de junio de 1866:


[Es obligación] Conservar todas las ruinas que existen en la península [de Yucatán] impidiendo que se extraiga de ella objeto alguno, aun cuando se considere de poco valor o importancia aparente |...| presentar en proyecto el plan que se proponga seguir en las excavaciones que precisamente demandarán práctica, bajo la dirección de personas inteligentes, de los antiguos sepulcros y demás lugares que se crea conveniente, con el fin de descubrir antigüedades u objetos curiosos que encierren.


No quiero extender esto más ni hacer una apología del personaje, simplemente contribuir a que aquellos interesados en este personaje o en el periodo de tiempo en el que vivió no se guíen por malas lecturas o historias sin fundamento alguno. Tampoco, y para nada, soy un partidario del monarquismo como  quienes (en mi opinión influenciados por una idea errónea, arrobadora, de lo que es corte) añoran el regreso de la casa imperial mexicana.

Maximiliano de Habsburgo fue como todos un hombre de carne y hueso, tuvo aciertos y errores que definieron el rumbo de su proyecto político; cierto es que se rodeó tanto de conservadores como de liberales moderados en un afán de conciliar a los partidos en guerra, y que igualmente invitó a Juárez a colaborar con él desde la Suprema Corte de Justicia; en contraste, tuvo yerros como la expedición de la Ley del 3 de octubre de 1865, por la cual se indicaba que todos los no adscritos al imperio atrapados con armas en mano fueran fusilados en el acto.

En fin, corresponde al lector juzgar si prefiere a la figura que en verdad existió o la que se inventó con el paso de los años, si comulga con los “cangrejos” o con “la plebe roja” que terminó imponiendo su versión de los hechos con el multicitado y quizás también inventado encuentro de Juárez con el cadáver del emperador, donde supuestamente dijo: “Era alto este hombre; pero no tenía buen cuerpo: tenía las piernas muy largas y desproporcionadas... No tenía talento, porque aunque la frente parece espaciosa, es por la calvicie”.

 En palabras del propio archiduque: “la historia no reconoce más que a los que la forman o a los que la resisten”.

La Orquesta, 21 de diciembre de 1864.
Fuente: HNDM


Bibliografía recomendada:

  • Acevedo, Esther (Coord.), Entre la realidad y la ficción: vida y obra de Maximiliano, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2012.
  • Blasio, José Luis, Maximiliano íntimo. El emperador Maximiliano y su corte. Memorias de un secretario, UNAM, México, 1996.
  • De Habsburgo, Maximiliano, Viaje por España, Lughofer, Johann (sel. y pról.), Summa mexicana, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2013.

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