No la visitas
muy seguido, al menos no tanto como quisieras, y es que por alguna razón
estúpida te sigues preocupando por ella como si fuera la primera vez que la
observas, “¿para qué?... Te juro que no hay necesidad”, te diría ella... La indómita
y magnífica nopalera que orgullosa se yergue por encima de aquel ruinoso
edificio colonial.
Quiero
suponer lector que no preguntarás por la ubicación específica –adelantemos que
está en el oriente del Centro Histórico- de este cuadro por dos poderosas
razones: la primera es que espero sea esto un aliciente para que levantes la
vista y lo descubras por ti mismo, y la segunda razón es porque considero obvia
la respuesta ¿Dónde está? En todos lados. No únicamente de esta ciudad
sobrepuesta sino alrededor de toda nuestra vida como especie.
Un
primer análisis, del que podemos descartar a las figuras religiosas que de manera muy tramposa capté en la fotografía (muy contaminada en su parte inferior, lo
admito, ultimadamente un aspecto innato de esta parte del Centro) es que cada
espina, cada fruto y cada tonalidad de verde nos remiten a ese pasado quizás
glorioso en el que la misma planta, ¿por qué no?, moraba los alrededores del
imperio mexica, época en la que sus frutos, acuosos corazones rojos, eran
venerados por los abuelos de los mismos individuos que hoy día la ignoran, que
la ven a toda hora y que, pese a todo, jamás la observan... Y no es que a ella
le interese acaparar miradas y comentarios, lo más probable es que nos
sobreviva a todos esperando tiempos más benevolentes; extendidas y afianzadas
tiene sus raíces en aquel edificio que inútilmente trata de doblegarla, de
aventarla al vacío a la menor provocación. “Bastardo iluso”, le dice. En vano
fueron sus raquíticos y efímeros intentos de dominio pues ella sólo obedece a Natura,
quien con cada gota de lluvia le recuerda que aunque asfaltado, un lago
continúa siendo lago, y que tarde que temprano llegará el tiempo de la
redención (para muchos de la venganza), tiempo de mostrar el error en el que
aquel monstruo de tezontle y argamasa incurrió.
Adentrándonos
un poco más en esta simple fotografía topamos con un segundo examen de más
difícil respuesta, ¿a quién representamos nosotros en este lento drama, en este pintoresco y adormilado duelo a
muerte, al nopal o al edificio? ¿Al que mira al cielo tal vez sin saber lo (in) estable del suelo que pisa o al que
consciente de todo peligro se mantiene allí, descuadrado y exhausto pero vivo?
¿Qué importa más?
*Jesús María #48.
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