miércoles, 19 de junio de 2013

Un lento duelo

No la visitas muy seguido, al menos no tanto como quisieras, y es que por alguna razón estúpida te sigues preocupando por ella como si fuera la primera vez que la observas, “¿para qué?... Te juro que no hay necesidad”, te diría ella... La indómita y magnífica nopalera que orgullosa se yergue por encima de aquel ruinoso edificio colonial.
Quiero suponer lector que no preguntarás por la ubicación específica –adelantemos que está en el oriente del Centro Histórico- de este cuadro por dos poderosas razones: la primera es que espero sea esto un aliciente para que levantes la vista y lo descubras por ti mismo, y la segunda razón es porque considero obvia la respuesta ¿Dónde está? En todos lados. No únicamente de esta ciudad sobrepuesta sino alrededor de toda nuestra vida como especie.



Un primer análisis, del que podemos descartar a las figuras religiosas que de manera muy tramposa capté en la fotografía (muy contaminada en su parte inferior, lo admito, ultimadamente un aspecto innato de esta parte del Centro) es que cada espina, cada fruto y cada tonalidad de verde nos remiten a ese pasado quizás glorioso en el que la misma planta, ¿por qué no?, moraba los alrededores del imperio mexica, época en la que sus frutos, acuosos corazones rojos, eran venerados por los abuelos de los mismos individuos que hoy día la ignoran, que la ven a toda hora y que, pese a todo, jamás la observan... Y no es que a ella le interese acaparar miradas y comentarios, lo más probable es que nos sobreviva a todos esperando tiempos más benevolentes; extendidas y afianzadas tiene sus raíces en aquel edificio que inútilmente trata de doblegarla, de aventarla al vacío a la menor provocación. “Bastardo iluso”, le dice. En vano fueron sus raquíticos y efímeros intentos de dominio pues ella sólo obedece a Natura, quien con cada gota de lluvia le recuerda que aunque asfaltado, un lago continúa siendo lago, y que tarde que temprano llegará el tiempo de la redención (para muchos de la venganza), tiempo de mostrar el error en el que aquel monstruo de tezontle y argamasa incurrió.
Adentrándonos un poco más en esta simple fotografía topamos con un segundo examen de más difícil respuesta, ¿a quién representamos nosotros en este lento drama,  en este pintoresco y adormilado duelo a muerte, al nopal o al edificio? ¿Al que mira al cielo tal vez sin saber lo  (in) estable del suelo que pisa o al que consciente de todo peligro se mantiene allí, descuadrado y exhausto pero vivo? ¿Qué importa más?

*Jesús María #48.

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