Soy celoso, soy
parcial, soy hombre al agua, cuando se trata de las cosas de mi tierra.
Guillermo Prieto
Hace unos días se presentó el libro Siluetas del Centro Histórico, el cual
se compone de 37 entrevistas de semblanza a diversos habitantes del primer
cuadro de la Ciudad de México, monstruo con el que podemos pelearnos infinidad
de veces pero al que nunca podríamos abandonar, todas ellas realizadas con el
rigor periodístico más acabado, redactadas en un estilo fluido y ameno. Es por
ello que planeo dedicarle algunas cuantas líneas para tratar de invitar a su
lectura, partiendo de una pregunta: ¿qué lo hace distinto?
Tomada de: Fundación UNAM
En primer lugar el
otorgarle la voz a los que no la tienen, y lo ejemplifico de la siguiente
forma: durante la presentación tuve la oportunidad de ver a no pocos de los
entrevistados, pero me concentré en ver la actitud de los que normalmente pasan
inadvertidos para muchos, sorprendiéndome del hecho de ver que el público –entre
ellos un niño con anteojos que coleccionaba firmas como poseso- le pedía
autógrafos a Miguel Hernández, escribano de Santo Domingo, a Jaime Jiménez,
chacharero, a Ramón Hernández, último planchador de rebozos en la ciudad –vayan
ustedes a saber si del país-, o a Cristian Rivera, quien no hace mucho tiempo
era ciclotaxista.
Por otro lado, creo
firmemente que la verdadera potencia y valía del libro se verá apreciada en un
futuro –aunque puede bien notarse desde ahora-, ¿por qué? Sencillamente porque
a través de sus páginas han quedado plasmadas las historias de muchos
personajes, verdaderos héroes del Centro Histórico, que no tendrían ningún tipo
de cabida en la prensa o en la intelectualidad de nuestros tiempos, lo que
indudablemente tendría pariendo chayotes a los investigadores que dentro de 50
o 100 años tal vez se pregunten cómo se planchaba un rebozo, se daba grasa a un
zapato, se afinaban relojes, o cómo se podía estudiar música y al mismo tiempo
ser taquero en el Centro de una ciudad que sin lugar a dudas será completamente
distinta.
El cambio ya es
patente, también un dejo de nostalgia, al ver que algunos de los entrevistados han
abandonado el Centro, como el peluquero Agustín Sánchez, quien volvió a su
natal Tlaxcala; un poco más triste es enterarse de aquellos que han muerto, es
el caso del curador de arte Ricardo Pérez Escamilla o de doña Elvira Mena,
sobreviviente –y superviviente, de paso- que nació en 1910 y murió poco tiempo
después de su entrevista con Km. Cero,
quedan tal vez impresas en las páginas del libro las historias que a más de una
persona debió haber contado doña Elvira.
Pero volvamos a Prieto,
escritor que podría servirme tanto para halagar como para criticar ciertas
costumbres y determinados aspectos de la Ciudad de México de aquel entonces o
el Centro Histórico de ahora, y es que sólo puedo pensar en los autores y
pintores costumbristas para comparar al libro que nos ocupa. En las páginas de Fidel vemos marchar a Don Melesio,
anciano bonachón que recibe sus aspiraciones políticas cuando apenas era un
mozalbete y le conecta con uno de sus tantos mentores, Andrés Quintana Roo, e
inclusive las correrías nocturnas de Francisco Schiafino.
Lo mismo sucede cuando
nos aventuramos en El Bar, de Rubén
M. Campos y leemos acerca de El Diablo,
un impresor de poca monta, irremediablemente vestido de negro y, por si fuera
poco, manco, “defecto que ocultaba cuidadosamente sin quitarse jamás los
guantes”, ¿sabemos algo más acerca de este personaje? ¿Podríamos siquiera
asegurar que existió, será producto de la pluma del autor modernista? Aquellos
que tal vez tengan o sean una historia con interminables vericuetos para contar
se convierten en fantasmas sin alguien que se tome la tarea de recabar sus
palabras y alguien más que, producto de los trabajos del primero, preste un
poco de atención y cuidado al artículo, entrevista o reportaje emanado de todo
ello.
Es también Don
Benedetto (Guillermo Prieto) quien junto a Ignacio Ramírez, Pantaleón Tovar,
Hilarión Frías y Soto, entre algunos autores más, nos dejó testimonio de
aquellos habitantes cotidianos de una ciudad que ya no existe, en el que por
medio de una narración jocosa como en “La estanquillera” o sesuda como en “El
jugador de ajedrez”, conocemos un poco de aquella sociedad que ya no existe,
sin embargo, allí se pintó a una totalidad, tenemos en Los mexicanos pintados por sí mismos, figuras representando a
numerosos individuos, todas las estanquilleras definidas en una, así como todos
los alacenero y abogados representados por la pluma del escritor o el dibujo
del caricaturista, aquí no, el juguero tiene nombre y apellidos: Amador Bernal,
la bolera: Sofia Olayo, el pulquero: Jesús Juárez –Don Chuy para la banda- y así con cada uno de los 37 personajes
entrevistados.
Tomada de Km. Cero
El libro, cabe cerrar
con el dato, se distribuirá de manera gratuita. Para obtenerlo basta con
escribir al correo promocionydifusionch@gmail.com o solicitarlo en la Antigua
Librería Madero (Isabel La Católica 97 esq. San Jerónimo), sitio que es
material para otro artículo en el que tal vez vuelvan a entrecruzarse autores y
actores decimonónicos y contemporáneos como sin duda ha ocurrido en estas
líneas.
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