Cuando
veía a una muchacha bonita en la calle, un lado de mí decía:
que
muchacha tan linda, me gustaría hablar con ella,
salir
con ella, pero otra parte de mí se preguntaba:
¿cómo quedaría su cabeza pinchada en un palo?
Ed
Kemper
Era el 27 de febrero del presente año y
estaba a medio plato de Corn Flakes cuando escuché por primera vez sobre “El
Coqueto”, observé con detenimiento el pésimo reportaje y continué desayunando
mientras oía lo mal que está Francia o España, ¡Y nosotros que nos quejamos!,
me dijo el yo que espera que me trague toda esa basura.
Igual que nuestra
superioridad económica y social ante el primer mundo, descalifiqué la noticia
de Cesar Armando Librado Legorreta, alias “El Coqueto”, eso sí, le presté más
atención al caso después de ver los graciosamente crueles encabezados en los
tabloides amarillistas, en donde ofrecían tres millones de pesos como
recompensa y organizaban un aparato policiaco digno de película hollywoodense.
Cesar A. Librado Legorreta
Imagen tomada de: CNN México
Durante toda esa
semana, el tema fue casi obligado en todas las conversaciones en las que me vi
envuelto, por lo que decidí ahondar un poco en el tema y, de mayor manera, en
la cobertura del caso en los medios de comunicación.
Y es que,
lamentablemente y gracias al hemisferio Ostolazo de mi cerebro (chiste local,
pero para que se entienda), me llama más la atención el aspecto mediático que
el criminal: en primera, con el “escape” del violador se daba a la fuga también
la imagen de la Procuraduría de Justicia del Estado de México, misma que ya
estaba manchada por el hecho de que la noticia del violador sacó a la luz una
serie de injusticias, candados burocráticos y actitudes negligentes para con
los familiares de las seis mujeres violadas y asesinadas.
Ahora que Librado
Legorreta fue sentenciado a 240 años de cárcel, las autoridades tratan de
resarcir una pésima actuación causada por un sistema podrido en todos sus
niveles. Bien lo comenta Anayeli García en “ElCoqueto”, la historia de un violador y un asesino, publicado ayer en Proceso: “la sentencia por feminicidio
contra Librado Legorreta –delito tipificado en el Código Penal mexiquense desde
marzo de 2011– no es un signo de justicia, sino revela la inacción de las
autoridades.”
Un dato brutal es el
siguiente: “Según los cruces de información de las familias, en sólo dos meses
Librado Legorreta mató a cuatro mujeres sin mayor problema, y todavía se dio el
lujo de arrojar sus cuerpos en un radio de menos de tres kilómetros.”
En una sociedad con
índices tan altos de inseguridad, creo que el caso del Coqueto, visto desde la
manera magnánima con la que los medios lo han tratado (debido a razones que no
es necesario mencionar, porque también estamos muy ocupados revisando la caja
negra del avión de Jenni), queda empequeñecido con la detención de “El Ponchis” en 2010, quien dijo
haber degollado a cuatro personas a sus catorce años de edad; o el de Santiago
Meza, “El Pozolero”, detenido en 2009 y cuyas víctimas rebasaban el aproximado
de trescientas.
Con lo anterior no digo
que no sea importante, sino que debemos observarlo desde puntos de vista
diversos, claro que es preocupante que una persona enferma cometa este tipo de
crímenes apoyándose, muy probablemente sin conocimiento, en el hecho de que la
ley mexiquense otorga penas más severas para violaciones que para homicidios.
El termino asesino serial fue acuñado por el agente del FBI Robert Ressler en
los años setenta; y se aplica a individuos que, debido a pulsiones y/o
afectaciones psicológicas, asesinan a tres o más personas durante lapsos de
tiempo específicos y periódicos, teniendo además, un modus operandi determinado. En este orden de ideas, el Coqueto
cumpliría con el requisito de la forma, pero no con el de los lapsos, como
tampoco lo cumplió Calva Zepeda, y como sí lo cumplió Juana Barraza.
Tomada de: Sci-fi online
¡Ah, pa’ nombrecito!
Como dije, el caso fue motivo de muchas
platicas durante la semana, en las que predominó el carácter chusco y extremadamente literal de
los seudónimos adjudicados a los asesinos en México, ejemplo: El Coqueto,
porque le “coqueteaba” a sus víctimas; “La Mataviejitas” porque…mataba
viejitas; “El Caníbal de la Guerrero”, porque pues…se comía a sus parejas (otro
factor que lo descalificaba como serial) y vivía en la colonia Guerrero; o “El
Chalequero”, porque, en aquellos tiempos porfiristas, Francisco Guerrero Pérez,
nuestra versión de Jack “El Destripador”, asesinaba prostitutas vistiendo…pues,
un chaleco.
Francisco Guerrero preso en Lecumberri, 1910. Tomada de Wikipedia
Podría seguirme con
Pachita “La Alfajorera” pero mejor le dejamos ahí; solo resaltar el que me
parece un nombre similar a la tradición europea o norteamericana: “El
estrangulador de Tacuba”, recomendándoles leer un análisis excelente de Andrés
Ríos Molina en: “Goyo Cárdenas, memorias de un loco anormal”.
…el bien llamado (y aún, creo se queda
corto) “Sherlock Holmes mexicano”: Alfonso Quiroz Cuarón, y con esto termino,
esperando que pronto se levante de la tumba y su versión detectivesca zombi le
ponga orden a todo el caos reinante en el Establo...digo, en el Estado de
México.
Tomada de Los21revista.com
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